CRITICA, VISUALIDAD, INFRAESTRUCTURA

CRITICA, VISUALIDAD, INFRAESTRUCTURA es un libro que reúne doce textos escritos entre el 2000 y el 2007. Casi en su totalidad fueron escritos como ponencias en coloquios y mesas redondas; en menor medida, para responder a a solicitudes editoriales que no tuvieron curso.  Los  motivos para su escritura fueron planteados  para responder a múltiples requerimientos, en momentos muy distintos de desarrollo de mis propias ficciones analíticas.  Sin embargo,  la diversidad  de las ocasiones de enunciación estuvo  hilvanada por una hipótesis que no ha dejado de hacer su camino:  el curador como productor de infraestructura.   Es decir,  insumos para la escritura de  una historia que se expande y se contrae  desde la institucionalización de procedimientos hasta la condensación de prácticas  artísticas encaramadas a coyunturas diversas,  deslocalizando procesos de singularización de imaginarios locales.

Bajo esta consideración, los textos  abordan conexiones  -algunas necesarias, otras indebidas-  entre arte,  política y producción institucional relativas a experiencias que han tenido lugar en la región sudamericana.  De este modo, recogen mi experiencia como crítico de arte  y curador independiente  -prácticas sustitutas de escritura-,  que me han llevado a asumir diversas iniciativas destinadas a trabajar sobre problemas de filiación y transferencia en el arte latinoamericano contemporáneo.

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historias risibles de la plástica chilena

Todo comenzó con la idea de recolectar historias risibles de la plástica chilena. Historias desopilantes, donde la constitución misma de esta escena se diera a ver como un caso de in/constitución aberrante. No era posible hacerlo de ese modo.  En la historia de la escena plástica no hay nada en ella que sea susceptible de ser tomado como una situación para la risa.  Es decir,  a tal punto todo es para la risa, que no es posible superar la homogeneidad  forzada que satura toda posibilidad de vacío y elimina toda rugosidad de superficie. Incluso, aquello que pudiera  tener visos de risibilidad, tampoco alcanzaba para completar la tasa mínima de existencia de lo cómico.  

Estaba pensando en una foto de los años veinte en la que aparece un artista chileno que vive en París y se jacta de ser un cercano de Picasso. En la foto emerge de manera voluntaria desde un costado, como queriendo estar, a pesar de todos los intentos del fotógrafo por dejarlo fuera. El objeto del encuadre es, obviamente, Picasso, que dirige su mirada sobre una bella mujer que lo acompaña. El artista chileno se agita y se ubica por si mismo en primer plano, disputando el protagonismo de Picasso, cuya actitud es la más cercana al malestar provocado por la presencia intempestiva de este otro que le echó a perder la foto. Risible.

Si deseamos analizar el tipo de relación de los artistas chilenos con los artistas de las vanguardias históricas, esta fotografía nos proporcionaría el modelo de referencia. No solo no los quieren en la foto, sino que aparecen en ella gracias a su  propia insistencia, aunque el modo de comparecer pone en evidencia el deseo de no reconocerlos como tales. Aún así, persisten en ponerse. Ya no es risible, sino patético.

La historia del arte chileno está llena de historias como éstas.

Lea:

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Apuntes sobre la exposición de una selección de la Colección Pedro Montes en el Museo de Artes Visuales

Los dos textos que pongo a circular corresponden a la producción analítica de dos coyunturas expositivas, que se encadenan para dar cuenta del montaje de una distinción institucional, que tendrá efectos en la construcción de una hipótesis  sobre el carácter de la fase articulada entre 1972 y 1977,  en el  seno del campo plástico chileno.

La coyuntura  expositiva ha sido definida como una unidad de propuesta que tiene lugar entre marzo y julio del 2015, y compromete la exhibición de la Colección Pedro Montes en el MAVI (Museo de Artes Visuales) y la muestra de dos series de Francisco Smythe  -escasamente conocidas-  en Galería D21.

Ambas exposiciones se encaraman gracias a la presencia, en la primera, de una obra de Smythe –Retrato de Gardel- que anticipa la obra gráfica realizada por éste en 1974 y 1977,  y que corresponden la serie de trabajos exhibidos en D21.  El análisis de esta última producción me obligó a proponer una distinción institucional,  acerca de la existencia de un sistema gráfico y de un sistema pictórico que se combatían y se absorbían parcialmente, en momentos determinados,  entre 1969 y 1973 en el seno de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, que era el lugar decisional del arte chileno.  

Es así que para comprender el método de trabajo elaborado y puesto en práctica por  Francisco Smythe entre 1974 y 1978,  era necesario formular esta hipótesis distintiva con el propósito de señalar el momento y la escena de las últimas manifestaciones de un gran dispositivo de trabajo, que precede gran parte de las operaciones visuales que armarán la polémica en  virtud de la cual se va a tensar la escena plástica.

El título de los textos es el siguiente: “Apuntes sobre la exposición de una selección de la Colección Pedro Montes en el Museo de Artes Visuales (Primera Entrega)”  y  “Segunda Entrega”. Estos  deben ser entendidos como  los dos primeros capítulos de  una secuencia de tres, que culmina con “Informe de campo”, actualmente en proceso de transcripción, y que corresponde a un ensayo sobre la exposición que Eugenio Téllez  realizó en Galería La Casa Larga en 1987.     

Las dos primeras entregas se refieren a una fase que se extiende y articula entre 1972 y 1977, teniendo como hilo conductor las relaciones que se establecen entre las obras de Francisco Smythe y Carlos Leppe. La Primera Entrega aborda una serie de otras cuestiones, como la coyuntura del Envío a la 5ª Bienal de Sidney, que compromete una polémica de obra que tiene lugar entre Eugenio Dittborn y Gonzalo Díaz en 1984.  Es decir, diez años después de la ejecución del Retrato de Gardel de  Francisco Smythe.   Sin embargo, el texto sobre Téllez, que está siendo transcrito bajo el título de “Informe de Campo” , se refiere a la coyuntura de 1987 y aborda una polémica en la que participa Juan Downey en 1985, cuando presenta sus obra en el American Center de Paris y recibe la bronca de los documentalistas etnográficos franceses que dominan la “representabilidad del otro” en  su tierra.   

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Para un análisis expansivo de la gestión de arte contemporáneo en zonas de depreciación institucional.

Contribución de Justo Pastor Mellado al diseño participativo de la política nacional de artes visuales.

A través de estas páginas el curador y crítico chileno Justo Pastor Mellado continúa con su práctica analítica ya prefigurada en  su libro Escenas Locales, publicado por la Editorial Curatoría Forense – Latinoamérica en el 2015.  

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PRESENTACIÓN DEL 29 DE SEPTIEMBRE: ESCENAS LOCALES.

En abril del 2009 hice subir a www.justopastormellado.cl la “Presentación de Textos de Batalla en la Facultad de Letras”. Esta web fue diseñada por Sepiensa.cl en el 2002. Es decir, que el articulador de este espacio editorial fue Jorge Sepúlveda T., que conduce en la actualidad el proyecto Curatoría Forense, bajo cuya cobertura ha sido publicado el libro que presentamos hoy, Escenas Locales.

En el 2009 señalaba que los textos que había escogido para dicho libro habían sido escritos para ser subidos a la página web y que todos ellos habían sido ya publicados en la sección Escritos de Contingencia.

La página web www.justopastormellado.cl está estructurada de manera digitalmente reformista, porque se levanta como una solución mediática de transacción, pensada de acuerdo a un inconsciente impresivo en soporte digital. Sin embargo, esta estrategia combinada y desigual es lo que sostiene un trabajo en la autonomía.

Los textos escogidos para los tres libros que he publicado desde el 2009 a la fecha han sido escritos para ser subidos a la plataforma acontecimiental. De estos tres, Escritura Funcionaria y Escenas Locales han sido realizados bajo la rúbrica de Curatoria Forense, que acepta regresar desde el progresismo digital al espacio del papel y resituar el debate sobre el papel del papel.

Hay un método que presenta algunos rasgos restrictivos en esta producción de comentario sobre el cotidiano. En caliente, bajo el golpe de una emoción, estimulado por los acontecimientos, uno escribe sus propias reflexiones. Sin embargo, estas reflexiones se inscriben en una superficie de recepción que ya está marcada por el diagrama que sostienen los textos especializados.

En el prólogo que escribe a la edición francesa de La guerre du faux, en 1985, Umberto Eco hace la distinción entre textos especializados y textos escritos para los periódicos.

No hay ruptura, señala, sino diferencia de tono, ya que al leer día tras día los acontecimientos cotidianos, no se parte desde hipótesis teóricas para poner en evidencia ejemplos concretos, sino más bien se parte de los acontecimientos para hacerlos “hablar” sin estar obligados a concluir en términos teóricos definitivos.

La diferencia es que en un texto teórico se avanza desde una hipótesis para confrontarla a los hechos, mientras que en  un artículo de periódico se utiliza los hechos para formular hipótesis, sin tener el imperativo de convertirlas en ley. Simplemente son propuestas para someterlas a la evaluación de los interlocutores, a título de definición provisoria para un pensamiento de tipo conjetural, en que cada descubrimiento filosófico o científico está precedido por lo que Pierce denominaba “the play of musement”: una errancia posible del espíritu, una acumulación de interrogaciones frente a hechos particulares como una tentativa de proponer muchas soluciones a la vez. Esto es lo que hace que Umberto Eco escriba que “los periódicos sean hoy día el diario íntimo del intelectual ya que le permiten escribir cartas privadas muy públicas”.

El prólogo de Umberto Eco me condujo a reconsiderar la explicación sobre los motivos de construcción de la página web como un diario íntimo desplazado.  Justamente, el carácter de su desplazamiento se afirmaba en la estrategia de encubrimiento puesta en forma desde 1978 bajo la denominación diarios de trabajo, tomada en préstamo a los Diarios de Trabajo de Bertolt Brecht, cuya justificación no parece ser más que la construcción directa de ciertas condiciones de escritura.

De este modo, la práctica diarística precede a la práctica de la producción especializada, cuyo objeto manifiesto está constituido por los problemas de transferencia y filiación en el arte chileno contemporáneo. En términos estrictos, lo que hay aquí es un proyecto autobiográfico -pero no se lo digan a nadie-, en que la autobiografía es tan solo un caso particular de la escritura literaria.

Todo lo anterior rechaza la existencia de una espontaneidad expresiva y remite a la construcción compleja de una verdad como falta, como ausencia, de modo que lejos de ser el inventario de lo que existe, el texto  autobiográfico no es aquella invención que me aporta un saber sobre un otro,  sino que despierta en mi el deseo de dar forma a mi propia vida.

En una entrevista radial realizada hace un año, afirmé que mi escritura crítica era una sustitución anticipativa de un trabajo que solo se juega a encubrir las condiciones de un modo de producción literaria, cuya infraestructura se verifica en un texto inédito titulado 18BRUMARIO, escrito en 1980. Todo lo que he escrito hasta hoy no es más que una declinación de esa novela. Declinación atomística, en el sentido de Lucrecio, habilitada por varios modelos tecnológicos subordinados, como el gramófono, la máquina de escribir y la máquina de coser.

Hoy día solo hablaré de la máquina de coser. Les leeré un fragmento del libro y fue escrito el 31 de marzo del 2014.

Aprendí a leer y a escribir sobre la cubierta de la máquina de coser Husqvarna de mi madre. La cubierta tenía una tapa que se podía remover, por la que se accedía a un “espacio canguro” donde la máquina era introducida a una especie de nicho marsupial fabricado en madera terciada curva, sostenido por severas patas metálicas entre las que se encajaba la plataforma de pedaleo. Luego se ponía la cubierta y quedaba convertida en una mesa. Cuando uno se sentaba a hacer la tareas, los pies quedaban sobre la placa de pedaleo, de modo que mientras avanzaba la lectura, la rueda sin la cinta de cuero del mecanismo motriz giraba en banda produciendo un sonido de inquietante regularidad.

La máquina de coser, así concebida, era nuestro molino doméstico de conocimiento.

Adecuado a la movilidad social de un familia de clase media modesta, siempre asediada por el fantasma de la carestía.

Todas mis hermanas y mi hermano aprendieron a leer y a escribir en esa mesa-canguro.

La máquina fue adquirida gracias a una iniciativa del sindicato, mientras mi padre trabajaba en una fábrica textil de la que fuera despedido más tarde por liderar una huelga contra la Compañía Grace, que era dueña de la fábrica. Uno de mis primeros recuerdos de infancia fue ver cómo bajaban la máquina de un camión, perfectamente embalada. Una vez sacada del cajón, este sirvió de escondrijo, de lugar secreto, de refugio para la formación de un sólido sentimiento de soledad y autonomía que no hizo más que acrecentarse con los años. En su interior habilité una tabla para que me sirviera de mesa y puse un cojín para sentarme en cuclillas. Sobre la mesa improvisada dispuse una palmatoria con una vela, para leer los primeros libros. Los ejercicios escolares eran realizados sobre la máquina de coser, mientras que las lecturas se regían por un ceremonial secreto, que me instaba a formular la disidencia dentro de la casa, habilitada por los rudimentos de la lengua francesa que ya comenzaba a operar como ficticia y sustituta lengua madre.

La atención que he portado en mi trabajo analítico sobre las obras de arte chilenas que trabajan sobre referentes que involucran las practicas de corte y confección ha estado precedida por el rol de la maquinalidad de la costura en la construcción de la novela familiar.

La costura y el deslizamiento léxico hacia el efecto de superficie de la sutura están estrictamente motivados por la cercanía técnica de la máquina de coser y de una prensa de grabado. En esta comparación, esta última vendría a ser una máquina de coser extremadamente lenta y regresiva, que enfatizaría su capacidad simbólica al reproducir el efecto de objetos en seco sobre papel gofrado, “fabricando” sobre la superficie unos signos protuberantes que simulaban el efecto táctil de una costura.

Por antagonismo, esa protuberancia reconocía el origen de su matriz ahuecada en las marcas que sobre el cuerpo de mi madre había dejado un neumotórax traumático a los doce o catorce años, y que supuso la introducción de un tubo en la cavidad pleural por el espacio intercostal. La marca de esa intervención estuvo ligada a la percepción que tuvimos del cuerpo de nuestra madre, disimulada por ésta de nuestra mirada furtiva mediante sutiles adjunciones de fragmentos de tela en vestidos y trajes de baño.

Ese hueco era el signo literal de nuestra propia falla; ahí se alojaba la prueba de nuestra fragilidad social, la dimensión del vacío que nos restaba de una completud a la que solo podríamos acceder a través de una ficción montada en este doble procedimiento de intervención intercostal, de pragmática y risible referencia bíblica. La obra que forjamos proviene de este trozo de costilla faltante. La escritura cubre el hueco. Mi madre ha muerto.

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