Imaginarios Locales (4)

En la historia de los viajes de don Pedro del Río Zañartu, una de las cuestiones que resulta curiosa, es el hecho que no se conocen fotografías de viaje, propiamente hablando. Un hombre en su posición, habitante próspero de Concepción, conocía probablemente las ofertas de Ferretería Gleisner, a fines del siglo XIX. La importancia de este comercio, además de haber importado el primer locomóvil que es introducido en balsa por el Bío-Bío en dirección de Nacimiento, fue la de popularizar el uso de la cámara fotográfica. Y, justamente, constatamos -hasta que no haya pruebas de lo contrario- que don Pedro del Río no recurre al dispositivo fotográfico para proporcionar una prueba de “haber estado allí”.

Rafael Cippolini, editor de revista RAMONA (Buenos Aires), de visita por Concepción, sostuvo la hipótesis por la cual sería muy probable que en alguno de sus viajes, don Pedro del Río haya visitado alguna exposición universal, desde donde extrajo el modelo de acopio y de disposición de objetos. Sin embargo, se trataba de objetos extravagantes de baja intensidad, propios de un empresario cuidadoso en extremo de su patrimonio. Su viaje no estaba inscrito en una estrategia mercantil. Era un viaje de duelo. La adquisición de los objetos era directamente proporcional al avance de la itinerancia. Su sentido de la selección no era del todo afinado. Gran parte de los objetos adquiridos son chucherías que hablan de un individuo exaltado ante el carácter exótico de algunos objetos decorativos de otras culturas. Salvo en el caso de la momia egipcia que adquirió y cuya ficha señala una datación de seis siglos antes de Cristo. O sea, nada. Una pequeña momia correspondiente a un “hombre de a pie”, fácilmente saqueada. Sin olvidar la armadura veneciana del siglo XVI. Porque ocurre que en el siglo XIX se fabricaban armaduras del siglo XVI y se comerciaban entre los anticuarios como originales. De ahí que hay muchos objetos que pertenecen al rango del “souvenir” y que solo poseen un valor simbólico, que compromete la subjetividad del individuo que se tomó el trabajo de adquirirlos en cuanto a creer que tendrían algún valor demostrativo y de traerlos a Concepción, para donarlos a la ciudad en pro de la educación de los niños de la provincia. ¡Todo un programa!

Coincido con Cippolini: Pedro del Río visitó, probablemente, una exposición universal. El Palacio de Cristal en Londres (1851) y la Torre Eiffel en Paris (1889) permiten sostener la hipótesis que entre la transparencia del cristal y la maleabilidad del hierro se establece la exhibitio universal de la civilización burguesa. ¡Que lástima! En Concepción no había pasajes de vidrio y metal, de manera que don Pedro del Río no podía aspirar a la condición del flanneur. Era, sin más, un personaje pre-baudelairiano. No le cabe gozar de la analítica categorial de corte benjaminiano. Es tan solo un personaje criollo que diseña un “parque salvaje” para dejar la marca de su efecto hacendal, por sobre la política de enclave de los Cousiño, en el Parque de Lota. Sin embargo, ambos parques iluminan las formas que adquiría el optimismo progresista que impregnaba la atmósfera de la sociedad penquista de fines del siglo XIX. No hay que olvidar este hecho: Concepción no tenía pasajes cubiertos de vidrio, pero tenía la ferretería que importaba las cámaras Kodak de más de sesenta tomas. La frase era “usted oprime el obturador y Kodak hace el resto”. Las cámaras eran enviadas a Rochester para su revelado. Pero en Concepción hubo, desde entonces, álbum familiar. No hubo pintura penquista en el siglo XIX. O sea, en términos de reproducción formal de una enseñanza local. Solo venían algunos pintores de fuera, del extranjero, de Santiago. El mismo don Pedro del Río fue alumno de Somerscales durante una época.

En definitiva, habría que esperar hasta mediados del siglo veinte para que surgiera en Concepción una iniciativa orgánica más consistente que permitiera la constitución de una escena plástica propiamente dicha. Ello sería el efecto de la exposición “Arte contemporáneo del hemisferio occidental”, en plena segunda guerra mundial (1942), realizada en el Diario EL SUR. Esta era una exposición que se había organizado a partir de una selección de obras de la colección de Thomas J. Watson, presidente de la International Bussiness Machinery, que recorre el continente en el marco de reforzamiento de la política cultural del Departamento de Estado en su esfuerzo de guerra.

La situación del primer cuarto de siglo XX en Concepción le da a la fotografía la anticipación en la construcción de su imaginario. La pintura viene siempre a la zaga, para reconfortar una pérdida simbólica forzadamente mantenida, como dolor de origen. La exhibitio burguesa de la provincia no se hizo efectiva en exposición alguna, sino en las vitrinas de Ferretería Gleisner. Era allí donde se hacía visible el modelo de recomposición del interior citadino a través de la oferta de objetos extremadamente utilitarios, pero que diseñaban un nuevo trato con la objetualidad. De este modo, un puente formal se estableció -a mi juicio- entre las vitrinas de la ferretería y la colección de don Pedro del Río, en el sentido que la primera exhibía los objetos que poblarían la subjetividad interna (hogareña), mientras que los objetos del segundo representarían el exotismo amenazante y sin embargo seductor que remitía a la existencia de mundos extremadamente lejanos. Pero don Pedro del Río, que probablemente visitó una exposición universal, solo trajo de vuelta las chucherías decorativas más pintorescas y no los emblemas del progreso mecánico. No se trata de culparlo, sino de señalar una diferencia con otras experiencias, a título puramente descriptivo. El metal y la vanguardia tecnológica estaban en la minería del carbón, que horadaba la tierra por debajo del Parque de Lota. Pero también, en la construcción de la cúpula del Palacio de Bellas Artes, en el Santiago de 1910.

Justo Pastor Mellado

Octubre 2005

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