ESPACIOS DE ARTE (7).

¿Centros de arte?, ¿Plataformas editoriales de sustitución?, ¿Residencias para descomponer estrategias de inscripción local?, ¿Artistas como editores?, ¿Qué sentido tendría pensar en la proposición inicial del Dittborn de los ochenta: no soy pintor, soy editor?. Sobre todo, si por lo bajo, lo que corría era el fantasma del propio enunciado duchampiano del “pintor como un estúpido”. La editorialidad, pues, sería un buen remedio. O un “farmakon”, citado implícitamente desde las lecturas tardías de los presentadores de catálogos encargados de transferir términos en uso en otras disciplinas académicas. No sé si el lector habrá advertido el desplazamiento del léxico de uso común en la crítica de servicio, desde Derrida a Ranciere, pasando por Bourriaud. En verdad, prefiero a Jaimy Oliver. En definitiva: ¿De qué seguimos hablando? No deseo que se confunda la editorializad como plataforma sustituta en instancias desplazadas, de las políticas de “publicaciones de arte”.

Pondré un caso. Viviana Bravo, artista y editora chilena, recoge el formato de las postales de turismo, para retrazar la historia de una “ciudad imprevista”. Este consiste en un conjunto de 23 tarjetas, reunidas en una publicación mediante corchetes en el costado izquierdo de cada lámina. El doblez está definido por una línea de pre-picado, de manera que cada tarjeta pueda ser arrancada para ser enviada por correo. Lo que define un libro es la capacidad de “construcción de lomo”. Arrancar páginas se convierte en un atentado patrimonial invertido. Conozco a un artista que hace collages con los restos de libros empastados durante el siglo diecinueve, recuperados de las bibliotecas familiares en desconstitución. No hace más que edificar la representación del quiebre identitario de la oligarquia, en el terreno de la despatrimonialidad de los insumos de lecto-escritura familiar. Des-empastar un libro equivale a desollar el pasado familiar, con los nombres del padre impresos en el ex libris, como terreno de reparación imposible del deseo. De modo que juntar 23 tarjetas y hacerlas libro equivale, a su vez, a un acto de patrimonialización de las pruebas de existencia de quienes por definición han sido excluidos de las bibliotecas como espacio que sanciona la pertenencia. Al final de las cuentas, en la edición de Viviana Bravo, lo único destinado a permanecer es el resto formado por la zona del corcheteado.

No puedo de dejar de mencionar el trabajo de edición de las tarjetas postales de Gilda Mantilla, artista peruana, quien desde a lo menos el 2004 elabora un exhaustivo trabajo de recuperación de fachadas de la “edificación imprecisa” de Lima. En este sentido, remite a la detención de obra motivada por la necesidad de no cancelar un impuesto, porque no ha habido -en sentido estricto- recepción municipal de la obra. Lo que el trabajo de Gilda Mantilla ponía en escena era la “esteticidad” mórbida que provenía de una decisión de retención edificatoria, que reproduce los términos del debate sobre cuándo una obra puede ser considerada como terminada: arte terminable, arte interminado. La “imprecisión” suele ser el límite perverso de la decibilidad de ciertas prácticas urbanas anómalas que terminan haciendo la norma.

Ciudad Imprevista es un libro de 23 páginas acartonadas que recoge el resultado de un “ensayo fotográfico” que tiene por objeto fijar la imagen actual de un lugar de gran densidad histórica. El reverso de cada tarjeta acoge un relato perteneciente a un habitante que vivió la experiencia de dicho pasado. El punto es que el relato se verifica efectivamente como reverso de la historia del lugar, respecto de la cual las imágenes prolongan su factor de encubrimiento, al señalar el estado actual de un procedimiento de producción de olvido. De este modo, el anverso como imagen y el reverso como texto se asumen como un soporte editorial que favorece “el retorno de lo reprimido”: “Esta publicación presenta un ejercicio de percepción trazado con pobladores del ex campamento Nueva Habana ubicado en la zona oriente de Santiago de Chile (!) Junto con el desmantelamiento del plan urbano y la desaparición de personas se truncó un proceso de acción conjunta inigualable en el país”.

Sin embargo, las páginas acartonadas de la publicación han sido pre-picadas para sostener la prohibición de su autonomía. Adquieren su condición de tarjetas a costa de la destrucción del libro. De modo que jamás llegarán a destino, porque la persistencia de la densidad de las imágenes supone la permanencia del formato. No tienen destinatario, porque las direcciones de los relatos han sido escamoteadas.

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