Saber de Políticas Públicas en Cultura

No hay que ir. No hay que dejarse entrevistar por algunos agentes mercuriales. A menos que se sepa que el discurso de uno entra en complicidad con la postura editorial, resulta recomendable no aceptar ninguna entrevista. Pero esto constituye una regla de sentido común para las personalidades públicas. Había que leerlo: desde hace semanas que en Artes y Letras le dan duro a la política cultural del gobierno, desde el CCPLM al Consejo del Libro, pasando por el Patrimonio. La ofensiva ascendente debió haber sido calificada como un objeto de análisis de primera importancia en el gabinete de la presidenta del Consejo Nacional de Cultura. No es posible que la fuerza de los entrevistadores se deje ver, más aún si provienen de El Mercurio. Entiéndase: Raquel Correa es nadie sin El Mercurio detrás. Su escritura no alcanza para disponer de un pedestal independiente. Necesita un andamio garantizador a nivel textual, editorial y político. De ahí que había que desconfiar de su solicitud y no haber satisfecho su posición mítica en el periodismo de entrevistas. Justamente, porque la entrevista es un sistema discursivo, un “género”, en donde mejor se verifica la fragilidad de la línea entre hospitalidad y hostilidad. Sin embargo, no me detengo en la posición de Raquel Correa, de quien ya se sabe qué se puede esperar, sino en la ausencia de protección de la presidenta del Consejo.

Mi hipótesis es que la dejaron sola, no impidiendo que diera esa entrevista. Si era necesario acceder a la entrevista, entonces había que preparar una batería de respuestas que desarmara el dispositivo de hostilidad. Eso se trabaja. Para eso existen los asesores en comunicaciones. A menos que sus cercanos, en su propio gabinete, desearan que sufriera un tropiezo; es decir, favorecieran su maltrato periodístico. Y eso si que es preocupante, porque entonces habrá que pensar que su entorno es más peligroso que sus adversarios declarados.

Paulina Urrutia jamás debió haber dado esa entrevista. Una autoridad no tiene por qué salir a poner la cara a cada instante. Es propio de su reconocimiento como autoridad el disponer de la facialidad defensiva de otros voceros. Entonces, quiere decir que carece de vocería defensiva. No me queda sino apreciar el arriesgado esfuerzo personal de Paulina Urrutia por responder en condiciones de máxima adversidad. Y por consiguiente, no me cabe sino ser solidario respecto de los efectos mediáticos construidos a partir de la “producción de mala fe” que sirve de sustrato a la entrevista.

Raquel Correa se construye el pedestal de una Larry King de papel, para ejercer un privilegio que calificaré de oligarca y que consiste en lamentarse en forma implícita de la existencia de tanto plebeyo en cargos que ameritarían la presencia de gente que al menos exhibiera “don de gente”. De hecho, parte con eso: desde una posición “apocalíptica”, descalifica el trabajo actoral de Paulina Urrutia, poniéndola en ridículo por su participación en miniseries y teleseries de televisión, obligándola a tener que argumentar que lo ha hecho por trabajo. Raquel Correa espera que un presidente de Consejo de Cultura deba ser un personaje cuya posición en ese cargo sea nada menos que el efecto de una condición natural de capital cultural acumulado, donde la presencia sea verificada como una “donación”. ¡Esto de tener a dirigentas gremiales de ministra! Esa es la queja en la que se descalifica a los “trabajadores de la cultura” para ocupar cargos de dirigencia de un Ente. Aprendamos: los artistas deben ser “administrados”. Resulta curioso que éste sea un supuesto con el que trabajan no pocos funcionarios del Consejo en cuestión.

Primero, descalificación por oficio; segundo, descalificación por origen de clase. Raquel Correa la produce como “rota chica” y se refiere en la introducción a su estatura, como metáfora del peso político que le otorga en el gabinete. Para rematar haciendo un jocoso comentario sobre su popularidad, como si esto fuera un estigma. Lo que se lee es que apenas iniciada la presentación, antes que haya sido transcrita y editada la primera pregunta, ya está siendo descalificada por su proximidad con la producción televisiva; calificadas por este sobredimensionado mito del periodismo nacional como “el octavo arte”. En otra ocasión podríamos trabajar sobre la Obra de Raquel Correa, en sentido estricto; es decir, en el modo de cómo es “obrada” por la estructura del medio que la garantiza discursivamente.

Esa estructura la hace sostener la hipótesis de la falta de idoneidad. Es una ofensa implícita en la propia pregunta. Cuya respuesta tiene el sentido de que se encuentra ante la persona que más sabe de cultura en el país. ¿Qué significa saber de cultura? Paulina Urrutia respondió pensando en que se encontraba en condiciones de hospitalidad. Saber de cultura quiere decir, simplemente, saber del manejo que implica la maquinaria administrativa del Consejo, lo cual ya es demasiado. Paulina Urrutia sabe de ese manejo complejo y lo dice muy claro: (para los efectos de lo usted me pregunta) “yo no soy una actriz; estoy en el rol de liderar los esfuerzos que, entre toda la comunidad cultural, realizamos a través de la orgánica de este Consejo”.

Sin embargo, la frase “yo soy la persona que más sabe” no es que sea sacada de contexto, sino más bien experimenta una recontextualización destinada a producir una conclusión adversa, que descalifica a Paulina Urrutia al ser impresa junto a una fotografía suya, en la que se exhibe realizando un gesto de extrema elocuencia. El discurso completo consiste en producir su identificación con un personaje que se apunta a si mismo con el dedo, dándose muerte mediática. Eso era lo que Raquel Correa deseaba demostrar y el editor la corrobora distribuyendo el cuerpo de la letra de un segmento de frase a otro, de modo que el segmento “yo soy la persona que más sabe” sea impreso en letras de 7 centímetros, mientras “de política pública cultural en este país”, lo sea en letras de 3 centímetros.

¿Qué es lo que busca el título? Remarcar lo contrario mediante la exhibición de la figura que consiste en afirmar por la enunciación de su contrario. De este modo, el titular se lee como “yo (no) soy la persona que más sabe”, cuya completación está sugerida por la estructura secuencial de las preguntas, que encabezan la demostración cuyo molde de recepción ya ha sido fraguado.

Esta situación de enunciación de la operación del demolición se ve confirmada con imágenes de ¡demolición! Las fotografías que ilustran la entrevista encabezan una operación que convierten al pie de foto en un título estratégico deslocalizado, que nos ayuda a comprender la lógica de la campaña que Artes y Letras, perceptible desde hace varias semanas.

En relación a lo anterior, lo más importante de la entrevista son los pies de foto, porque hablan del objetivo estratégico del periódico en un tema que sobrepasa las ineptitudes atribuidas a Paulina Urrutia. Finalmente, no es su discurso el que buscan demoler, sino instalar el malestar de un sector –avalado por El Mercurio- que hasta la fecha había tenido un rol decisivo en la gestión de un concepto unívoco de Patrimonio. Los dos pie de foto dan testimonio de lo que podría ser considerado como una derrota para este sector. Su sola lectura delata el objetivo de la estrategia: “Aunque el Consejo de Monumentos Nacionales no ha participado en la restauración de las iglesias del Norte Grande, Urrutia dice que el gobierno regional tiene un plan”. Y aparece la fotografía de un interior de iglesia en estado de semi-demolición. Lo cual nos señala el estado del temor existente en torno a la representación social que actualmente existe en la sociedad chilena acerca de la demolición de un punto de vista eclesial sobre las cosas. Es aquí que la mercurialidad habla de sus temores legítimos: que es como decir que el Estado es responsable de no haber participado en la restauración de las iglesia del Norte Grande”. Con lo cual, el Estado estaría respondiendo que no le cabe hacerse cargo de la restauración de La Iglesia.

Finalmente, más allá de la insolencia de Raquel Correa y de la “mala leche” visible de su operación, lo que da a leer esa entrevista es la dimensión de una amenaza simbólica de un sector, que hasta hoy había conducido la restauración simbólica de las agresiones experimentadas hace cuarenta años, en relación a la memoria traumática de la reforma de los sistemas de propiedad y tenencia de la tierra.

Las dos fotografías publicadas en la página E 7 de la edición del 17 de junio de Artes y Letras, señalan el nivel de incumplimiento de una promesa que, si comprendemos su incorporación en el diseño de página, asocian el saber de la política pública de cultura con la restauración de los emblemas religiosos que sostienen la permanencia de la Idea de Chile. Así como los militares fueron llamados a intervenir para impedir la demolición del país, la repetición de la solicitud se desplaza y produce la matriz de un deseo análogo, para apelar a una defensa del Patrimonio que impediría la demolición de la Pragmática de Chile. En verdad, ¿quién sabe más de política, en el país? El Mercurio, sin lugar a dudas.

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