Tragedia de Pacotilla

La política es una escena griega de pacotilla. Pero sobre todo, una escena griega. El pacotilleo dice relación con el modus chilensis de concebir sus implementaciones. Es el caso del saturnalismo laguista, que tiene su doble proporcional en la castración insulzante. El primero ahoga todo lo que puede atentar contra la erectibilidad de su deseo, mientras el segundo no degolló a quien debía en el momento debido. Ya es tarde. El uno y el otro se han empantanado en las disputas de narraciones de acomodo simbólico,  sobre las que solo queda hacer comentarios de cómo la endogamia hizo una vez más de las suyas. Ambos perdieron la ocasión de ser héroes de altura homérica; es decir, “bien narrados”, ad usum delphini. Ahora, deben aceptar que no fueron grandes representantes de sus deseos. Una cosa es el deseo, otra cosa es la fuerza de su representación. Insulza ha sido maltratado por el socialismo de los rencores clasísticos, pero él mismo se entrampó en una discusión sobre mecanismos de nominación de candidatura, cuando lo que su clase de referencia esperaba era que actuara como un (verdadero) usurpador. Finalmente, no supo sostener su nombre.

Lo que mata es el mecanismo. Iba a escribir, el mecanicismo. Esta última palabra era el anatema durante mis años de formación política. Era prima de esta otra palabra, terrible en su dimensión programática: reductiva; es decir, no dialéctica. Juegos de niños. Una medida de la decadencia de este tipo de representante político así como de la ciencia que los acompaña, es la facilidad con que los pierden las palabras. Ya carecen de retención mínima y dudan en pantalla de un modo en que el rostro crispado manifiesta el malestar de lo que omiten; es decir, su propia desconstitución.

La palabra “panzer”, por ejemplo, cuando el léxico de las batallas inunda el carácter de los sujetos como éstos, suele trasladar un exceso de expresividad que los convierte en elefantes en una cristalería. Han pasado los mejores años de su vida sirviendo a alguien, que ya han olvidado cómo servirse a si mismos. Lo cual, dentro de todo, puede ser hasta una garantía. Pero sin duda alguna, quien desea presidenciar, debe disolver la panzeridad, para pasar a la arriesgada sutileza de una ficción de nuevo tipo. Si seguimos confiando en el léxico del material bélico, sería más honorable pretender que lo identifiquen a uno con una Brigada Mixta.

El mecanismo de nominación no puede ser objeto de discusión pública en los medios. Su extrema visibilidad como tema demuestra que el mecanismo no debe ser reconocido como tal. Por el contrario, su funcionamiento eficaz resulta directamente proporcional a su no pronunciación identificatoria. Solo es ahí que opera en su máximo rendimiento; en la pulcritud manifiesta de los secretarios que saben hacer su trabajo. Pero cuando la palabra inunda los medios, ha perdido toda su eficacia y la pulcritud abandona a los sujetos de enunciación partidaria.

Sobre todo, cuando las enunciaciones determinantes están en manos de otros, cuyo trabajo se ha caracterizado por operar en la base, montando legitimidades que se acercan a los deseos de la gente de a pie. Dicho sea de paso, esa es la gente que se ha visto excluida en la distribución de los grandes honores; pero es la gente que decide en las internas y que ya está amarrada por la pequeña prebenda doméstica que satisface a quienes no tuvieron beca. Eso hace una diferencia clasística y clericalmente determinada. De modo que Insulza perdió la nominación en el terreno de la viejas capas simbólicas en las que las palabra “clase obrera” siguen teniendo efecto, al menos, como recurso de pertenencia originaria. En ese sentido, Insulza perdió el saber del origen; es decir, jamás lo abandonó, pero no podía nombrarlo. Lo que su generación tuvo siempre claro, fue cómo estar allí, en el área siempre chica de las delegaciones. Les hacía falta pasar por la ficción de perderlo todo. Afortunadamente, el golpe militar les abrió un camino nuevo de acumulación. Tuvieron que correr algunos riesgos, claro está, sin embargo, las ganancias eran consistentes. A tal punto, que el deseo mayor pudo instalarse en el horizonte de lo posible.

Ya es tarde. No aprendió la lección de los grandes usurpadores, porque siempre se ajustó a la política de los monaguillos. No logró traspasar el diagrama de la filiación tomista sobre la que se montó la ficción social-cristiana originaria; no pudo responder a la exigencia maquiaveliana que suponía romper con esa determinación teológicamente fundada. Sus colegas y compañeros de generación leyeron “muy mal” a Gramsci; solo recuperaron el léxico y expulsaron la carnalidad de la ficción sobre la que éste montaba la eficacia discursiva del Príncipe moderno.

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