Al repasar por el trabajo de Ingrid Wildi, no es posible dejar de pensar en las migraciones de los primeros mapuches que en la década del cincuenta, o desde antes incluso, se trasladan a las ciudades para trabajar de obreros panificadores, en panaderÃas cuyos propietarios son ciudadanos españoles. Dos migraciones se encuentran bajo condiciones de poder diferenciado, en que de todos modos, lo que los junta es ser simplemente condenados de la tierra.
El eje de su muestra de München es Lengua, Trabajo y Arquitectura. Pero su esquema de operaciones la remite a modelos de cuestionamiento del rol del documental como formato que se las juega a fingir una relación con “lo real”, siendo la ficción del sujeto, parte del real conjurado. Por eso, Ingrid Wildi no puede considerar una solo fotografÃa de las fachadas de sus fuentes de trabajo, como si fuesen efectivas y monumentales fuentes de tipografÃa, destinadas a regular la inscripción de su saber, como habilitada social, teniendo la práctica artÃstica como arma.
Imagino entonces un trabajo en que las fotografÃas solo reproduzcan las fachadas de las panaderÃas que acogÃan, es un eufemismo, a los migrantes mapuches de mediados del siglo veinte. La lengua está pausada a la imagen de la fachada que construye la asimilación de los cuerpos en la retÃcula policial del bienestar. Al fin y al cabo, Elena Varela ha sido puesta a buen recaudo solo por disponer de informaciones valiosas sobre excedentes testimoniales que reconstruyen el habla de los excluidos en la lengua y en el trabajo, por cuestiones de lengua y de arquitectura de la enunciación.
Irónica y fatalista, la fotografÃa documentaria de los artistas canónicos cuyas obras alcanzan la gloria, no restituye los elementos que redimensionan el realismo de la vida cotidiana, sino que convierten en fetiche los emblemas de la inadecuación de los sujetos respecto de sus referentes teatralizables. La ficción encubre los efectos de desrealización de la imagen en la lucha por las nominaciones en una fotografÃa restitutiva de la nostalgia del vÃnculo perdido.
La meta-fotografÃa de Jeff Wall no alcanza a desvirtuar las astucias del foto-reportaje que pone en escena la parodia de su propia posición como artista, proclamando la victoria de la retracción constructiva de la noticia, sin llegar a desmontar las condiciones de manejo de la representación charterizada del mundo.  Ya no es preciso trasladarse hasta los frentes de batalla; los frentes de batalla están en la puerta de tu casa. Solo basta la fortaleza del espacio de arte para declarar que en esas fotos, no habrá sido preciso estar suficientemente cerca, como declaraba mÃticamente Robert Capa, sino que ya estamos demasiado cerca para poder borrar toda noción de vÃnculo.
Del vÃnculo, ya no hay representación posible. Del vÃnculo perdido de las comunidades arcaicas expuestas como sÃntomas rentables de la memoria, solo es posible armar construcciones complejas en que la representación del realismo crÃtico es tan solo una de las posibilidades iniciales. Resulta necesario montar suficientes dispositivos de comentario y de conversión del habla en acción de autorepresentación, de modo que los lÃmites del arte sean definidos desde fuera del campo y no desde la completud de quienes cierran los encuadres.
En algún lugar, Deleuze habÃa señalado ya que no habÃa que alcanzar un real independiente de la imagen, sino considerando un antes y un después de ésta. De este modo, las fotografÃas de Ingrid Wildi se exhiben como si formaran una secuencia; en sÃntesis, cada imagen se construye en relación con la que la antecede y con la que le sigue, dando lugar a una narración sobre el acceso a la lengua y el acceso al trabajo. Porque en el antes del trabajo, como situación social especÃfica, está la lengua del migrante, como defecto de inserción necesaria, que señala el rango de lo posible, que siempre es lo tolerable definido por la institución que acredita el acceso.