En la escena artÃstica chilena se tiene la costumbre de designar las cosas, con nombres que van más allá de lo que institucionalmente soportan. Se denomina museo a simples centros de exposiciones, se llama bienales a exposiciones bi-anuales de arte joven organizadas por un museo. Es el caso, nuevamente, del MNBA. Se trata de una simple exposición “de lo que hay†en términos de plástica emergente, por decirlo de un modo neutro. De verdad, esa categorÃa serÃa tan inapropiada como la de arte joven. O sea, no hay arte emergente, porque ya todos los presentes son archi-emergidos. Entonces, ¿qué es lo que justifica esta exposición bi-anual? Al parecer, la patética aptitud de la autoflagelación paralizante.
Veamos el tÃtulo: TRIATLÓN. Todo huele a rencor antivacacional, sabiendo todos que las triatlones son el método veraniego para la batalla de marcas de out-door. El gesto del museo invierte en la guerra de las experiencias competitivas in door, subordinando la emergencia competitiva a las aptitudes de los artistas para practicar en la prueba que les acomode. Siendo tres ciudades las escogidas, cada una debiera –suponemos- encarnar una de las pruebas. Pero el asunto va más allá: lo que TRIATLÓN declara es la persistencia de una estética de “pie de atletaâ€. Demasiada transpiración para aparecer en los medios, termina por desviar la atención sobre el conjunto. La bi-anual del museo, por realizarse en perÃodo estival, juega a satisfacer la inanición informativa de los medios los que, gustosos, organizan el festÃn de la sobre exposición. De este modo, la bi-anual ya llega tres versiones en las que la modalidad de trabajo consiste en cómo producir una obra que contenga todos los ingredientes para, cada vez, repetir las mismas tonteras sobre los lÃmites del arte. Esta es una modalidad de participación a la que la bi-anual se presta con insostenible ingenuidad. De seguro, si tuviera lugar en temporada culturalmente alta, como se dice en los medios de las agencias de turismo, no habrÃa la misma cobertura. De hecho, es solamente con un pequeño escándalo que las artes visuales pueden competir portada con “Santiago a mil†durante el verano.
Esta versión debe ser conectada con la situación planteada a propósito del examen de grado fallido en la Católica. Ya sabemos que la polÃtica de fijar delimitaciones a las prácticas artÃsticas pasa, tarde o temprano, la cuenta. En definitiva, lo que está planteado al respecto es cómo cada institución de enseñanza elabora y hace cumplir sus protocolos de titulación. Pero como mencionaba Carlos Peña, rector de una universidad que está en el origen de la invitación a Santiago Sierra, el artista que se ha convertido en uno de los agentes provocadores más efectivos en la cuestión de los lÃmites del campo artÃstico, si no se está dispuesto a asumir los riesgos que implica estar en el arte contemporáneo, entonces, en ese caso esas instituciones han perdido la partida. Han sucumbido a los imperativos de la enseñanza de arte, y no asumen los riesgos de la enseñanza de arte contemporáneo.
La bi-anual del museo padece la misma dificultad del decano Donoso en la Católica. Algo funciona mal en ese sistema que permite que prácticas habituales de experimentación, adquieran relevancia mediática, más por los efectos internos de su localización que por sus conquistas formales.
En este sentido, el trabajo de los artistas del sur, que en apariencia resulta más convencional, termina siendo el único comprometido con lo que está más allá del arte. Sus problemas contextuales son otros y no requieren pasar por Santiago para validarse. Lo que sorprende es que, efectivamente, estén en esta muestra, cuando ya han probado ser más eficaces en Rosario o en Buenos Aires. Las obras de los atletas de ValparaÃso y Santiago son como la de estos exámenes de grado que se justifican por la crÃtica literal a la institución que los forma y los acoge, generando un nuevo tipo de “a-politicismoâ€, bajo la cobertura del uso de un léxico polÃtico totalmente banalizado. Al final, lo más ostentatoriamente polÃtico no es más que una nueva figura conservadora de una agotada lógica de infracción que repite como tics, el inventario archiconocido de los “padres totémicosâ€.