El Frustrante Deseo de Pintura Mercurializante

El Mercurio es como una federación de regímenes textuales. Hay que pensar que la editorialidad se deja ver como una sola decisión estratégica, que emplea cada sección del diario para satisfacer las demandas de recomposición simbólica del periódico en su conjunto. De este modo, El Mercurio vendría a ser el único diario con sentido leninista, porque posee un formato de construcción partidaria.

El domingo 11 de junio se sacó los zapatos con su inversión en el campo plástico. De partida, con la entrevista a Carlos Altamirano realiza una operación muy compleja, destinada a realzar lo que ya había publicado el domingo 3 de junio cuando entrevista a Chiuminatto y lo expone como el negocio a futuro de la troika couviana Valdés-Campaña-Valdés, en una nueva fase de explotación de la herencia maniaco-depresiva de la pintura mercurializante. Esto no es una ofensa, sino simplemente una descripción del rol de los agentes de una formación.

Este fin de semana el decano de la prensa se excede –calculadamente- con Venecia y con Altamirano, apelando a la explotación del pasado como factor de incriminación discriminatoria. Es en este punto que Cecilia Valdés se expone en forma inapropiada, al insistir fóbicamente en mostrar a un Altamirano dependiente de Richard-Leppe, todavía. Una y otra vez regresa a preguntas que obligan a Altamirano a desmarcarse, sobre historias de hace treinta años. Cuando éste expone su obra reciente, puede parecer una indelicadeza explícita esta referencia a un pasado que es “producido” como instancia condenatoria. Pero esa es una vieja táctica de reduccionismo textual que el decano cuenta entre sus regímenes de conducción editorial.

Cecilia Valdés fuerza sus preguntas para tender a Altamirano una operación demasiado transparente, en la que lo denota como “habiendo sido” de un lugar de No-Pintura, para alabar su traición supuesta asumiendo el lugar de la Pintura, que es, como se sabe, el Nuevo Lugar del Arte, como hay que entenderlo. No retiene el hecho de que Altamirano expuso en la primera bienal del MERCOSUR una pieza sonora, en el ascensor del pabellón destinado a la Vertiente Política. Con tecnología del año 1997, quienes ingresaban a éste podían escuchar en varios idiomas la pregunta “¿Dónde están?”.

Desestima, por otra parte, el hecho que Altamirano –en esta exposición- muestra sus encuestas de los ochenta, sus pinturas de los noventa y sobre todo, sus trabajos digitales. Sin embargo, en los pies de foto “se” afirma que Altamirano, en “Pintor de Domingo”, regresa a la pintura y a la autobiografía, en oposición al arte social. En esta operación, la textualidad de este régimen de recuperación concibe la historia del arte como una simple expresión de deseo. La estructura de la entrevista es simple; las preguntas aseguran una continuidad de relato en la que el entrevistado es conducido a responder lo que la propia entrevistadora ya ha respondido en su secuencia de formulación, destinando los pie de foto a enfatizar el discurso de enmarque de la propia entrevistadora.

Para reforzar el cometido, hay una escultura de la que Cecilia Valdés no menciona una sola palabra; lo cual, tratándose de la pieza más visible de la exposición, resulta de una discriminación ideológica para nada sorprendente. Digámoslo: es la escultura de Salvador Allende, a la que Altamirano se refiere en una respuesta que es formulada desde el olvido que habría que tener. En la estructura de respuesta de Altamirano ya es imposible borrarla.

Pues bien: esta escultura ha sido destinada por Altamirano a integrar la colección del Museo Allende. Este dato define otra lectura para la exposición.

Ahora bien: empleo el término “pintura mercurializante” para designar una tentativa hiper estrategizada que algunos sectores del diario vienen trabajando desde hace más de una década. Es más que probable que esta postura perjudique al diario en la disputa por la hegemonía del discurso sobre arte en los medios. El decano corre el peligro de hacerse el soporte de la regresión plástica. Porque así como se presenta el tema, muchas de las críticas del propio Waldemar Sommer parecen situarse en una posición progresista, sobre todo si tomamos en cuenta los comentarios que ha escrito sobre las exposiciones de Cienfuegos y Puelma que, de hecho, todo el mundo comparte.

Esta situación señala la existencia de una apuesta analítica que excede la actualidad y que resulta coherente con una política de escritura que la propia Cecilia Valdés ha instalado. Ella ha logrado señalar el objetivo: exponer el deseo de disponer de un héroe pictórico mercurial. La hipótesis despierta todo tipo de comentarios jocosos acerca de mi empresa discursiva. No cabe duda que el estudio de la textualidad mercurial me ha convertido en un experto mercuriólogo. Me atrevo a postular que la troika a la que hago mención se ha convertido en un significante regresivo que ofrece al periódico una pésima alternativa para la recomposición de la escena plástica.

El texto del cuerpo C sobre Claudio Bravo va en ese sentido, pero El Mercurio no aspira a tenerlo como héroe articulador del campo. Se trata de un propósito más complejo, porque a final de cuentas, El Mercurio solo habla de Bravo para mencionar el monto que adquieren sus cuadros en las subastas. Como si no le perdonaran haber estudiado en el taller de Miguel Venegas.

El Mercurio jamás ha abordado la pictoricidad de Bravo como un problema complejo. De hecho, nunca habla de pintura, sino de dinero. Bravo no es el héroe para El Mercurio. No puede tener héroes clasemedianos. Y lo que me cabe imaginar es una lectura crítica más propositiva sobre Bravo, que Macarena García prefigura desde su estadía madrileña. Lo cual le permite recomponer una “lectura conceptual” de la pintura de Bravo. O mejor dicho, proponer una mirada distinta sobre unas pinturas de Bravo que, pese a sí mismo, tendrían un efecto más conceptual de lo que él mismo quisiera.

No está del todo mal esta perspectiva. Es la senda por la cual me ha señalado Leppe investigar en el último tiempo, en el sentido de hablar de la pintura de Bravo como un momento complejo de nuestra historia, más propositivo de lo que pudiéramos imaginar. De este modo, le quitamos a El Mercurio el privilegio de hablar mal de Bravo. Y por esa vía, convertimos a Bravo en objeto de trabajo analítico de nuevo tipo.

La entrevista a Altamirano del domingo 11 de junio está “hablada” por Cecilia Valdés desde un deseo de trascendencia couvianamente determinada. Para eso necesitaba instalar el discurso de apoyo que le podría proporcionar Chiuminatto. Pero éste no da el tono, sino apenas para satisfacer una economía sígnica de enclave. En este sentido, la entrevista a Chiuminatto es un síntoma de la derrota simbólica anticipada de la troika, porque la figura de Couve no da para tanto. Chiuminatto es incorporado en la operación.

Este modelo de auto obstrucción analítica es propio de un recurso que no puede encubrir un duelo no concluido, que tiene que ver con la imposibilidad de disponer de un héroe pictórico que encarne la editorialidad profunda del periódico. Sin embargo, ese deseo debe ser tomarlo como residuo de la propia historia del medio, que debe respetar sus ruinas conceptuales para poder seguir ejerciendo la misión que su tiempo le ha encargado. De ahí que Artes y Letras deba componer ideológicamente y entregar la visualidad a la reacción trascendentalista, dejando el materialismo crítico a la sección literaria. Es aquí que la contemporaneidad de los relatos tiene su espacio, en conexión con la textualidad experimental de la página editorial.

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