V.- EL RITORNELLO.

Encuadrado por el dispositivo del boquete terminal, pensé de inmediato en cómo sustraerme de la condición reductiva a la que era sometido y realicé un conjunto de acciones destinadas a recuperar mi condición de sujeto. En primer lugar, sostuve la mirada con una expresión neutra del rostro, para al cabo de quince minutos, a lo menos, dar a conocer la impresión que me había provocado la primera percepción de esta situación. Hice referencia a la obra “la Clase Muerta” de Tadeuz Cantor. El objeto era poner en relevancia una cita teatral, formal, de origen, que señalaba un modelo de interlocución representativa, ya que había sido obligado a comparecer en el centro de un dispositivo que me señalaba como objeto de mirada hostil. Acto seguido, inicié de viva voz la enumeración de situaciones personales en las que había experimentado indicios culturales de intercambio no beligerante con ciudadanos peruanos.

Las referencias fueron las siguientes:

1.- El accidente aéreo en que falleció el equipo de Alianza de Lima; Colo-Colo envió a unos jugadores en préstamo para que el club peruano pudiera terminar el campeonato de ese año.

2.- La primera vez que fui a Lima fui al restaurant “Las brujas de Cachiche”, donde comí un cabrito a la norteña.

3.- Admiré la selección peruana de voleibol femenino, donde jugó Luisa Fuentes, nacida en Ica, cuya familia provenía de un grupo de esclavos negros traídos por los españoles y que procedía de los reinos caravelíes, bantúes y guineos.

4.- Tomé pisco sour en el Hotel Maury, cuando fui al montaje de la IV Bienal de Lima, pero indudablemente preferí el pisco sour que en un viaje anterior me había tomado en el bar del Hotel Bolívar.

5.- Recordé los tarros de leche Gloria con que el grupo Huayco realizó la gran intervención del retrato de Sarita Colonia en el desierto, en la salida sur de Lima.

6.- De niño, mi abuela María, en Talcahuano, me llevó a visitar el Huáscar. Me impresionó el camarote del almirante Grau, al que siempre he tenido en la más alta estima.

7.- Quisiera conocer Iquitos.

Es posible que haya olvidado alguna, pero el objeto de mi intervención era acompañarme con el sonido de mi voz mientras enunciaba escenas culinarias, deportivas y militares que tenían el denominador común de referirse a momentos de respeto a emblemas comunes y cotidianos peruanos. Acto seguido, volví a permanecer en silencio, mirando a quienes me miraban. A quienes habían pagado para mirarme con un gesto construido de hostilidad. En esto consiste la hostilidad del propio trabajo de Sierra hacia nuestra escena plástica, sostenida por la propia política de Matucana 100. ¿Cuál puede ser el interés de Matucana 100 en esta política de referencias punitivas?

Al cabo de un momento percibí que algunos de los asistentes pagados comenzaban a perder levemente la compostura y se tentaban de risa, tapándose la boca de manera ostentosa. Aproveché para hacer unas cuantas morisquetas, esperando que las tentaciones aumentaran. En vano. Todo se restablecía al cabo de unos instantes y volvían a mirarme con aire desafiante, expresando su máxima molestia facial, que se manifestaba por un sostenido fruncimiento del ceño, que a la larga, les cansaba tanto como a mi estar allí, esperando alguna respuesta que se saliera del libreto que yo suponía les había dictado Sierra. Lo que no hay que perder de vista es que Sierra los hace posar de acuerdo a una lógica lombrosiana que los instala, en primer lugar, como criminales. Es decir, condena a unos a y a otros a morderse la cola en una figura fatal: no hay víctimas sin victimarios; no hay victimarios sin víctimas.

Después de mucho rato pregunté si había en la sala alguien que dispusiera de un destornillador, para retirar la placa de madera aglomerada que nos separaba. Les mencioné que mis intenciones eran de sentarme, en la última fila, o bien, que con algunos podríamos irnos a tomar unas cervezas. Nada. La mirada directa, seca. Las tentaciones de risa prosiguieron por un momento, hasta que les dije que cumplían muy bien con su contrato. El contrato de permanecer un tiempo determinado mirando a un individuo, un chileno, que representaba todo lo que puede objetivamente representar un ciudadano que no ve la migración peruana en el propio patio de su casa. Pero esta era una suposición que de ser efectiva, me resulta de una ingenuidad extrema, porque de inmediato pensé que ni Sierra ni Matucana 100 hubiesen tenido posibilidad alguna de trabajar con una comunidad interna, cuya autonomía subjetiva  la propia ciudadanía chilena niega de modo estructural; me refiero al pueblo mapuche. El punto es que Sierra sabía que solo podía hacer el trato con comunidades ya vulneradas; otro tipo de comunidad “productora de riesgo social” no le hubiese aceptado tal reduccionismo burocrático. Pero no es Sierra el que tiene responsabilidad en esto, sino sus informantes.

Entonces,  al cabo de cincuenta minutos, decidí cortar. Pensé en un momento quedarme toda la noche. Es decir, sostener la posición, pero ello hubiera significado un acto de hostilidad hacia quienes habían sido pagados para soportar un número razonable de horas. ¿Razonable? El contrato de asistencia terminó a una hora en que muchos de los contratados tuvieron que emplear el pago en regresar en taxi a sus casas, porque a esa hora ya no disponían de locomoción.

Consideré que  había sido suficiente y realicé un recorrido visual manifiesto por el rectángulo de la abertura, para significar la zona efectiva de separación en el seno del dispositivo y volví a tomar la posición inicial. Después de unos minutos, comencé a silbar una canción que tenía aires andinos, como si se tratara de un canto fúnebre. Era un ritornello. Es decir, una cancioncilla para atravesar sin miedo el espacio de una trampa, pero al mismo tiempo, una canción de despedida.

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