HISTORIA DE CINTA DE EMBALAJE (2).

En un viejo texto sobre video arte y dromoscopía, a propósito de los encuentros que organizaba Fargier en Montbelliard, Paul Virilio tomaba el ejemplo de la cabina del automóvil como un dispositivo análogo a la de una mesa de edición de televisión. Los objetos vienen hacia nosotros, decía. En suma, las ventanillas podían ser tomadas por monitores, en que los espejos podían cumplir la función de imágenes incrustadas. En dicho ejemplo, la conducción automotriz era equivalente a una edición del tiempo y del espacio. Conducir un automóvil es narrar un trayecto. Esto, en cuanto a la movilidad del vehículo de transporte.

Hay vehículos que han sido sacados de circulación y que son estacionados como naves desguasadas. En una antigua portada de revista VEA, había una foto que reproducía la imagen de un coche en cuyo interior había sido asesinado un taxista. Me parece que su apellido era Anabalón. El coche había sido arrumbado al final de un garage mecánico y convertido por el taxista, en una vivienda temporal transformada en permanente. El hombre había extraído los asientos y colocado un colchón; luego había convertido la guantera en velador. Allí fue asesinado. Pero me conmovió que fuese la morada de alguien, de un modo análogo a como algunas familias en quiebra total tuvieron que comenzar a vivir en sus vehículos, estacionándolos en una calle de Buenos Aires, durante el momento más álgido de la última crisis. Un coche considerado bajo estas circunstancias deviene “guarida” para una “manada”; es decir, realiza el devenir-manada de un sujeto social en desconstitución. La “manada” pasa a ser la figura de la extrema fragilidad social que convierte el coche en “cueva”. No estamos aquí frente al mecanismo de funciones desplegables de las combi de turismo. Estamos en la última línea de la resistencia cívica, en el terreno de la disolución del principio de habitabilidad. Finalmente, un vehículo es una vivienda mínima rodante que el conductor porta como si fuera un traje identitario.

Tomás Hirschhorn ya había empleado el coche como dispositivo de exhibición, pensando en la “ciencia práctica” de los comerciantes de pequeños mercados pueblerinos, para pasar a la ya emblemática pieza Spinoza Car. Thomas Hirschhorn posee una formación en gráfica, pero se desplazó desde la edición hacia la escultura des/monumentalizada realizada con materiales des/cartables, entre los que dominaba el cartón y la cinta de embalaje. Estas informaciones no dejan de ser importantes. Desde la gráfica provienen los artistas que ponen en pie una noción consistente de edición urbana; entendida como la escritura condensada de los movimientos sociales minoritarios, en sentido guattariano. Pero sobre todo, por que esta manera de editar se realiza desde las prácticas de transporte y almacenamiento de objetos, como si fueran estaciones complejas de la circulación de bienes.

Visitando el taller de Thomas Hirschhorn en Aubervilliers, el solo lugar del emplazamiento en una fábrica de muebles des/afectada, fija su posición editorial de en el panorama de la “política de las obras”, ya que se localiza en un barrio cuyas calles llevan todas nombres de combatientes republicanos españoles. De este modo, la trama de migraciones está sobredeterminada por un destino político en el que se expande la noción misma de exilio español, como reverso fatal y cotidiano del modelo analítico que ya había sido comprometido en el film de Resnais, La guerra ha terminado. ¡No, afirma Thomas Hirschhorn, la guerra es -editorialmente- interminable!

En el taller, la urbanización de la biblioteca señala otro tipo de consistencia, que compromete el trabajo de lectura de un artista. La Etica de Spinoza es uno de sus libros preferidos. Pero también, Escritos corsarios, de Pasolini, cuyo hermano muere asesinado por sus propios compañeros de la resistencia italiana, en un confuso incidente entre partisanos, que se enfrentan por la interpretación correcta sobre el titismo naciente. Los cuales son datos no menores a la hora de reconsiderar la escritura pasoliniana, traspasada a la intensa y crítica mirada que Thomas Hirschhorn porta sobre la democracia suiza. Sin dejar de considerar, entre esos libros, Historia de la revolución rusa, de Trotsky, un exilado, perseguido por las calificaciones proféticas de Deutscher, depositado en la misma columna de documentos para la historia intelectual y política de La Nouvelle Critique, que fuera la revista teórica del partido comunista francés.

Un artista lee de otra manera que un cientista político. Esa es una garantía. El diagrama de las obras pone en duda la legalidad interna de numerosas construcciones intelectuales destinadas a encubrir las imposturas que sostienen la gobernabilidad. Por eso, Spinoza car es una vitrina de exhibición de los objetos editoriales vinculados al filósofo expulsado de su comunidad, por haber combinado de manera ejemplar su oficio de pulidor de lentillas con el de la crítica teológica. Entre estos objetos, las obras de otro excomulgado: Toni Negri. Cuyos escritos refutan, en más de un sentido, la historia intelectual y política de La nouvelle critique, porque introducen la potencia analítica del concepto de multitud; pero más que nada, de ímpetus.

El Spinoza car es un antecedente de Made in Tunnel of Politic, pero respecto del cual, este último invierte los términos. No opera en el interior del coche como cubículo desguasado, sino que concibe la completud del vehículo, para que su continuidad afectada haga masa suficiente y ponga de relieve el descalce a nivel del chasis, haciendo visible de modo ostensible la parodia del pegamento. La cinta de embalaje es el pegamento ideológico de la pieza -en el sistema de arte- como parte de la superestructura jurídico-política.

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