NO HAY SALUD CON EL CUOTEO.

Recupero de La Tercera del lunes 1 de diciembre el siguiente párrafo: “Como un “secreto a voces” es calificado entre parlamentarios y médicos el cuoteo político que existe en los principales cargos del sector Salud, cuya selección, a pesar de estar incorporada al sistema de Alta Dirección Pública (ADP), recae preferentemente en profesionales afines a la Concertación”. Ayer, durante el vuelo de regreso desde Sao Paulo, me enfrenté con el artículo de la edición dominguera, que denunciaba esta situación que no me podía dejar indiferente después de haber asistido al seminario “Bienales, bienales, bienales” en el marco de los encuentros de la 28ª Bienal de Sao Paulo.

En este seminario, destinado a trabajar sobre tipologías de bienales, una de las cuestiones más relevantes que fueron levantadas, tenía que ver con las relaciones entre modelos de gestión y modelos curatoriales.  Es decir, una bienal es, antes que nada, una plataforma de manejo de poderes, en las que se cruzan las finanzas, los intereses políticos, las plataformas de desarrollo de mercado de arte, los dispositivos de densificación de las producciones en cada escena, en fin, un articulado complejo de relaciones productivas de las que jamás se hace historia.

En esa trama de relaciones, la noticia de La Tercera destinada a dar cuenta del cuoteo en Salud me hizo pensar en las condiciones en que se podía encontrar la generación de los poderes medianeros en el sector Cultura, sobre todo, a propósito de la identificación de mi parte, de un grave problema político y conceptual, que pone en peligro el éxito de proyectos de arte complejos.

Se trata, ni más ni menos, que de la subordinación de los modelos curatoriales a los modelos de gestión políticamente legitimados mediante formas de habilitación que nos parecen absolutamente dudosas. El principal obstáculo, en Chile, para asegurar la autonomía de los modelos de conceptualización curatorial, es la ausencia de un reclutamiento profesional de  quienes deben poner en forma su montaje.

Al hablar de montaje no me refiero a la producción material, digamos, “escenográfica”, de los proyectos, sino a su puesta en forma relacional, en lo que significa invertir horas de trabajo en conversaciones informadas con equipos curatoriales por sección, en recolección de referencias bibliográficas sobre problemas levantados por las necesidades expositivas, en la propuesta de esquemas sutiles de relación con comunidades locales con las que se resuelve llevar a cabo un proyecto destinado a modificar estados de cosas, en el establecimiento de líneas de trabajo editorial que contemple construcciones de redes con operadores artísticos que abordan problemáticas similares, en la formulación de programas de educación destinados a revertir la depreciación de la enseñanza de arte en el sistema escolar; en definitiva,  en la producción de un nuevo tipo de relación entre arte y ciudadanía.

El cuoteo existente en el sector Salud no es diferente del cuoteo que padecemos en el sector Cultura, sobre todo a nivel de la constitución de una franja de mediadores cuya función no es desarrollar proyectos, sino ejecutar las normas de autoprotección que una autoridad superior les ha definido para el sector, buscando cumplir unas metas y unos objetivos, aún a riesgo de subordinar y desnaturalizar los proyectos de desarrollo para la escena plástica.

Ahora bien: ese riesgo es un objetivo deseado por la autoridad. No es una fatalidad. Sino el efecto de una decisión que reproduce las condiciones de sobrevivencia del sistema de gestión política en que dicha autoridad se valida. Esto es, en términos específicos, lo que se entiende por “gestión de Estado” en nuestro país. Digamos: reproducir las condiciones de sobrevivencia “laboral” de un sector de operadores que de otro modo no tendría acceso al empleo.

Grandes y complejos proyectos de desarrollo de artes visuales quedan a merced de esta franja de agenciadores  que no acceden a sus cargos por concurso público, sino que son cooptados en aquel ejército  de reserva formado por agentes  de pequeño calibre, siempre dispuestos a demostrar lealtad funcional más allá del rigor de las tareas encomendables.

Mido muy bien el recurso a las palabras y sugiero una que pudiera calzar con esta actividad. Esa sería, no tanto una palabra relativa a la subordinación simbólica, sino una que remitiría a aquella actividad que consiste en vivir del trabajo de otros, pero con una salvedad suplementaria; desnaturalizando las definiciones iniciales de los proyectos, con el propósito de acomodarlas a los intereses inmediatos de sus habilitadores. Me parece que la palabra que mejor convendría es la de PARÁSITO.

En artes visuales, la actividad de este tipo de operadores pone  en peligro la autonomía relativa de proyectos de gran complejidad, en los que se juega el futuro de una escena de arte en constante crisis de incompletud. Por eso, no es de  extrañar  la existencia del cuoteo en el sector Salud, si en el sector Cultura, sobre todo en artes visuales, el cuoteo es la forma habitual de asegurar un sistema de gestión de gobierno absolutamente “cureptizado”.

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