Historizar la Crisis

El 24 y el 25 de agosto tuvo lugar el seminario interno de El Levante. El comienzo estuvo marcado por la recepción de unas observaciones a las Notas preparatorias, que leí de inmediato en sobrevuelo, pero que resolví no comentar en detalle, sino diferir el trabajo y pensarlas desde mi regreso a Santiago, en una cierta posición dislocada, como preparación del próximo seminario del 2 y 3 de octubre en el Castagnino. Estas observaciones fueron escritas por Eduardo Molinari y no puedo sino saludar fraternalmente el trabajo inmediato que se tomó para participar en el debate. De este modo, la responsabilidad que asumo es la de proseguir una discusión en que la web y la presencia directa son tan solo formatos de circulación de los argumentos.

El trabajo de comentar las notas de Eduardo Molinari obliga a seguirlas en la secuencia de su enunciación y encadenamiento. Sobre todo porque están ordenadas en función de cada una de mis Notas preparatorias, que tenían un subtítulo, de modo que la segunda, se refería a las migraciones, la tercera al curador de servicio, la cuarta al curador de infraestructura. No cabe duda que esa subtitulación estaba prevista para señalar una conclusión a favor de la existencia de un curador como `productor de insumos para el trabajo de escritura de historia.

La primera observación de Eduardo Molinari apunta a las condiciones de escritura de historia, señalando que es un dato no menor el que mi texto inicial, así como el texto de Marcelo E. Pacheco citado por mí, han sido producidos con anterioridad a la crisis del 2001. Me parece una observación capital. Más aún, cuando Eduardo Molinari declara que la experiencia argentina ha sido extremadamente “fuerte”. Y mi propósito es el de leer la palabra “fuerte” como sinónima de “densidad”. Dicha experiencia de ruptura presenta rasgos de inedición y complejidad nunca vistas y que redefinen el trato de los artistas con las instituciones.

El que hayan sido escritos antes de la crisis, no desmerece la argumentación ni la proyección de ambos textos, porque estos suponen desde ya la existencia de dicha crisis. No es posible en esos textos prever los modos de expresión que pudo adquirir, sin embargo la fragilidad museal a la que me refiero no se inicia con esa crisis en particular, sino que se profundiza. La crisis hace visible la aparición de experiencias nuevas de organización de los agentes de la escena artística, que corresponde de manera estricta al carácter de la formación artística argentina y no es exportable. Es posible obtener enseñanzas de dichas experiencias, a condición de producirlas discursivamente haciendo estado del lugar desde el cual se ejecuta la reconstrucción. Al respecto, la supuesta estabilidad chilena posee rasgos muy “fuertes” en cuanto a producir la visibilidad de modelos de control de poblaciones y gestión de la energía de los movimientos sociales. Esto define un modo de trato entre arte y ciudadanía.

Lo que las escrituras de historia actuales deben reconstruir es el acumulado y sistematización de las experiencias a las que Eduardo Molinari hace referencia. En este sentido, es necesario trazar las coordenadas que las delimitan y recuperar (producción de archivo) la producción analítica y documentaria de este período.

La experiencia a la que se refiere Eduardo Molinari se aproxima al rol de curador de infraestructura, porque cada una de las iniciativas que se pueda inventariar hoy día, están más cerca de la puesta en escena de un tipo de producción limítrofe, que se ubica entre prácticas artísticas y prácticas de recomposición social; dando lugar a formas flexibles de organización, que adquieren relevancia en una zona fronteriza que no sabría llamarse en términos estrictos “práctica de arte”, pero que sin embargo necesita que ésta adquiera un mínimo de formalidad para permitir que ciertas prácticas sociales adquieran una visibilidad que la clase política no les reconoce.

En este sentido, sugiero recuperar la historización de dos momentos fuertes de producción discursiva, que podrían servir de vectores para una reconstrucción de la escena argentina de este último sexenio. Por ejemplo, que abarque el período comprendido entre el debate “Rosa Light / Rosa Luxemburgo” y la polémica en torno a “ExArgentina / Lanormalidad”. Estos dos momentos nos debieran proporcionar una cantidad de documentos y efectos orgánicos cuyo análisis resulta capital para desde allí interpelar el trabajo curatorial y el trabajo de escritura de historia.

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