Mecánicas del Simulacro.

El arte no refleja la política; la anticipa, en su impostura. De ahí que la dinámica del valor así como la mecánica del simulacro definan la complejidad de la escena simbólica chilena.

Angela Ramírez, en Gabriela Mistral, exponiendo los modos de exponer, reflexionando “en abismo” sobre la condición expositiva, induciendo la infracción del plus ilusorio que jerarquiza la función de ciertos lugares públicos, hace del simulacro un argumento refractario, que devuelve al “origen” de esta escena, la pregunta por la interferencia arte/arquitectura. Pablo Rivera, en Animal, expone las condiciones bajo las cuales una parte simple de un objeto complejo puede ser incorporada al universo de los “objetos de arte”, mediante un baño de oro institucional, como si postulara que toda obra, al exponerse, recibe desde el lugar de exposición, su garantía de “obra”; Es decir, su “peso en oro”, que corresponde al valor material del baño. Lo cual le resta, a la pieza, su valor de “obra maciza”. Los figurines, que remedan el “múltiple”, están constituidos por copias en yeso de objetos disparatados que, a su vez, han recibido un baño. Lo que otorga el valor es el baño. El objeto adquiere, entonces, un atributo de “no autenticidad” que, sin embargo, está destinado a “pasar piola”. En esta operación, Pablo Rivera completa el gesto de Angela Ramírez, al convertir su dispositivo en un acelerador reflexivo de los modos de exponer. Pero si en Angela Ramírez lo propio es el valor del simulacro en la definición del lugar, en Pablo Rivera el valor se define por la lógica de reconocimiento de un múltiple, que en su “falsedad”, Es siempre uno y verdadero: objeto de yeso bañado en oro, dispuesto en una vitrina tomada en préstamo a una joyería. De hecho, el día de la inauguración, cuatro guardias de seguridad fueron destinados a vigilar y proteger las vitrinas de las aglomeraciones.

En Gabriela Mistral no había guardias. La fibra de vidrio se expuso directamente, en su total expresión, a la acometida de un incidente que reveló la fragilidad del espacio. En Animal no Es posible uno de esos “accidentes”. El carácter discriminatorio de su emplazamiento hace que las cosas sean claras. En Gabriela Mistral, la propia des/limitación del espacio la convierte en presa fácil de aquellos para quienes se supone que su dispositivo se organiza como espacio de exhibición. No pocos artistas hacen muestras en Animal después de pasar por Gabriela Mistral. Algunos artistas regresan a Gabriela Mistral después de exponer en Animal. Esta reversibilidad, sin embargo, no es simétrica en el imaginario de un sector de la escena plástica, aún cuando se puede advertir una “mistralización” de Animal, en proporción directa con la “animalización” de la Mistral. ¿Será posible? Angela Ramírez ya había expuesto en Animal, una obra que “hospitalizaba” el sitio; que lo convertía parcialmente en un dispensario. Pablo Rivera fuerza la especulación y conduce a concebir el lugar en una “bisutería” elevada al rango de “joyería”, mediante un operativo de vigilancia extrema. Pero de lo que habla es de la “mierda”. Del “musulmán” (Agamben). De la ausencia total de amarre. Los objetos copiados en yeso son partes de un sistema mecánico-doméstico: manillas, quemador de gas, bandejilla de refrigerador, etc. Es decir, un inventario de todo aquello que se rompe en una casa, por uso y abuso de la limpieza y del orden. Merma de manipulación, que le llaman.

Es decir, toda la vigilancia que le faltó a la Mistral para asegurar el espacio como lugar de enunciación de una máquina de ilusión. Pero tanto Animal como la Mistral se amarran como plataforma de sobreexplotación del mecanismo ilusorio, porque lo que en definitiva se instala como problema, es la relación de las obras con “el real” de sus determinaciones.

Octubre 2003.

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