Cultural Chandon, Tucumán 2005 (4)

Ya el año pasado me había encontrado con Fabián Lebenglick en el Cultural Chandon realizado en Córdoba. Director del Centro Cultural Rojas (UBA) y editor de Adriana Hidalgo Editora, su lucidez y pertinencia crítica se me hace más clara todavía, en los comentarios laterales, cuando el trabajo del jurado ya ha sido concluido. En consideración de este marco, debiéramos escribir la historia de los jurados como quien escribe la historia de las convenciones o de los congresos. Lo más interesante y decisivo siempre ocurre en los pasillos o en la barra del bar.

De ahí, al comentar lo que estaría ocurriendo en mi país, en el terreno de la cultura, debí poner en conocimiento a Fabián Lebenglick y Fernando Farina (director del Museo Castagnino, en Rosario), de la realización de la Convención de Cultura, como espacio propicio de las más tortuosas tramas para una novela. Y esa debía llamarse, por ejemplo, “La Convención”.

El centro de la trama debía ser la sustracción del informe final de la convención, desde la propia habitación de su secretario técnico. El informe debía contener unas resoluciones que cambiarían el rumbo del ente. Fuerzas opositoras a dicho cambio habrían intentado manipular los resultados de las mesas de discusión, que ya habían sido definidas por el centro organizador, de modo que ningún disidente posible alcanzara mayoría en ninguna de las comisiones. Para ello hubo que dispersarlos de modo tal, que no alcanzaran a juntar votos significativos en las resoluciones por comisiones. El caso del manejo de las mesas redondas ya estaba arreglado. Una promoción entera de funcionarios recién ingresados al ministerio, debían servir de “palos blancos” en las discusiones. En aquellos lugares donde se presentaban problemas, los “palos blancos” debían avisar a los “peces gordos” del ente, para convocar su presencia demoledora, ya que ellos tendrían una función de “volantes de contención”, en el curso de la convención.

Todo tendría que comenzar con un equívoco. La confusión de algunos funcionarios permitiría la entrega de un informe reservado a un delegado de provincia que no estaba al tanto de lo que se jugaba entre los dos grupos en pugna. Más bien, él había sido nombrado delegado en una sesión extraordinaria del consejo de cultura de su provincia, de modo que el empate catastrófico de las dos facciones le permitieron ser elegido por un voto de ventaja, gracias al apoyo de unos comuneros que se vengaron de la directora regional, porque ésta no había apoyado la realización de un festival costumbrista.

La equivocación en la entrega del informe reservado lo convierte en un personaje clave, en una trama que combina traición política, compensación sexual, reparación administrativa y condena ética. Así debía ser “La Convención”. Sin embargo, no pude evitar que respecto de la convención de cultura, recordara la última novela de Marcelo Mellado, “Informe Tapia”. De ahí que inició el relato de la estructura de esta otra novela a mis dos colegas del jurado.

Habría existido -les dije- una época, en que todo se habría vuelto Cultural. La política se habría diluido en eso. Era una ficción por cierto. De modo que un sindicato debía recuperar su visibilidad política de segundo grado, convirtiéndose en asociación cultural. Todo sería cultura y estaría manejado desde el Aparato Oficial, que tenía su sede en un oscuro edificio cercano a la Plaza Italia en Santiago. Las agrupaciones de poetas serían una buena plataforma de reconversión de lo político. Total, en Chile, la poesía no es platónica, porque está en el centro de la legitimación. El poeta vendría a ser algo así como un operador simbólico de ésta, en su rol de anticipador del mito. Y les hice el relato de mi oposición a entender la novela de Marcelo Mellado como dependiente de un modelo fleminguiano, por ser un operador de guerra fría, sino que me inclinaba en reconocer una subordinación estilística del Gran Juego de Leopod Trepper, quien dirigiera la red soviética de espionaje en los territorios ocupados por los alemanes durante la segunda guerra. Risas y más risas. Hasta el punto en que Fabián me menciona el título de una novela.

El año anterior ya me había señalado otro: “La cautela del salvaje”, escrito por Diego Tatián, un joven y brillante profesor de Córdoba. Se trataba de un magistral ensayo sobre la filosofía de Spinoza. Pero ahora me indicaría otro, escrito a cuatro manos por Jorge Di Paola y Roberto Jacoby. Su título es “Moncada” y la estructura es análoga a la del Gran Juego, como se denomina a este modelo de lucha y de información en la comunidad de Inteligencia. A la mañana siguiente, lo primero que hice fue ir a El Ateneo y comprarme “Moncada”.

De ahí que en Tucumán, establecí la línea de continuidad entre la hipótesis de una novela que se titularía “La Convención”, con la última novela de Marcelo Mellado y con “Moncada”, de Di Paola/Jacoby. Dicho y hecho. En “Moncada” aparece un argentino que será la figura invertida del Ché, cuarenta años más tarde. Sin haberlo deseado, y por un equívoco inicial, Dardo (que será su nombre) se ve involucrado en una trama que lo conduce a un atentado contra Fidel. La figura mítico-ascendente del Che Guevara debía ser replicada a la inversa por otro argentino que se convertiría en un agente de inteligencia y de contrainteligencia. La novela opera con el calce por antagonismo de las figuras de diversos modelos de combate: el Che en la selva boliviana, Dardo en el Habana Libre y en la selva caribeña. Ambos, protegidos por la Tania que corresponde. Porque Tania, así como Moncada, no son nombres de mujeres, sino que designan significantes políticos.

En definitiva, “La convención”, “Informe Tapia”, “Moncada”, no son “novelas de origen”, sino Novelas-de-la-caída.

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