LECTURAS ENCADENADAS (10).

El debate presidencial que se viene reemplazará la novela de viajes por la novela de los padres. Lo mejor de la presidencialidad de Bachelet ha sido la reposición del padre. Nadie califica el hecho de que su nombre reproduce la ilusión de continuidad de un gesto allendista, que incorpora al padre al gabinete, ¿por qué motivos? Estudiemos esos motivos. Reconstruyamos la trama de ese cálculo para determinar el alcance productivo en la ilusión historiográfica, del propio gesto laguista, al nombrar a la hija en la cartera de Defensa. El ex presidente  sacaba las castañas con la mano del gato.

Bachelet fue un exceso mediante el cual, nuestro sistema político demuestra su sabiduría: el efecto de su nombre desbordó el límite del nombre Lagos y facilitó el enredo que este mismo generó. Pero hay una mejor: Lagos la puso para manejar -desde lejos- la decapitación de quienes podrían amenazar su opción de “ahora”. Eso es lo que se llama sobrecalentamiento de cálculo.  Todo se le fue de las manos porque la ministra de ese entonces encarnaría como presidenta la agenda oculta del socialismo no sometido a la oligarquía, a la que él tan diligentemente sirvió.

Bachelet ha representado el gran desarreglo en la disputa  por la reposición de los mitos patronómicos dependientes. Desarmó la industriosidad perversa de los profesionales de la “máquina”. Declaró la ineficacia del modelo del secreto vaticano e instaló la eficacia de la burocracia semi-conspirativa. Instaló un dispositivo de restauro paranoico dotado del suficiente fervor recurrente como para no tener que dar empleo a los profesionales del arreglo. Fue severamente criticada por ello, al punto que el “espíritu superior” de defensa del sistema político le puso de vigilante cercano a un garante cuyo padre fue también víctima de la violencia. ¡No hay valor para soportar estas conexiones!

¿Dos grandes víctimas históricas pueden hacer un buen gabinete? La política es injusta. Un padre muerto busca lavar la afrenta de otro padre muerto. Esta no es manera de sellar simbólicamente un pacto. De ese modo se anulan, se equiparan a la fuerza, las responsabilidades éticas y políticas del período. Al menos, en el nivel más adecuado. Porque lo inadecuado es el otro intento de equilibrio, a través de cómo una muerte puede blanquear un gesto golpista y re-habilitar a un demócrata en falta. De ahí el consecuente imperativo judicial y político para recalificar un deceso en asesinato.

Así las cosas, esta recalificación lo situaría simbólicamente sobre aquel cuya muerte lo destituyó de la historia emblemática. Mientras uno fue sacado del Palacio envuelto en un tapiz artesanal, el otro deseaba retornar al mismo sitio conducido por quienes habían realizado el pasaje a la acción, agazapados en la hipótesis de la “caída” en la inconstitucionalidad del primero.

La Carta a Mariano Rumor no tuvo el efecto explicativo esperado ante el sacrificio de su archi-rival. Frei (padre) luchaba contra un mito y fue vencido dos veces: la primera, por el hito de una representación romana clásica radiofónicamente anunciada; la segunda, por el rito frustrado del traspaso de potestad esperado. Si discurso del Teatro Caupolicán omite el hecho de la recepción de las cartas de Bernardo Leighton. La Concertación anuló la historia reciente para poder “hacerse a la medida” en el pacto  de la propia borradura.

Respecto de todo esto, el viaje a Cuba marca una inflexión, no en política exterior, sino en la interioridad de las lealtades mánimas a ciertas memorias que no resisten la sepultación expedita. El  pacto de gobernabilidad dominado por un pragmatismo que ha escondido bajo la alfombra la indecencia de su factibilidad, ha experimentado la merma de sostenimiento natural de su maquinaria. ¡Eso es lo que hace un buen pacto!, aquella cuota de indecencia que sostiene su continuidad. Pero también, la adquisición de  conciencia acerca de su disolución.

La transición democrática se ha vuelto interminable porque el sustrato imaginario en que se sostiene no ha sido reparado, como un imposible constituyente, aunque persista en los agentes de la Concertación -¡chilenos, un esfuerzo más!- la necesidad de anular el efecto de sus traiciones para mantener el negocio.

Allende y Frei no son comparables. Este es el inicio de la conciencia que he mencionado. El viaje a Cuba es una expresión del malestar objetivo sobre cuya coagulación se ha sostenido la gobernabilidad. La política chilena sigue reproduciéndose como poética afectiva de los fantasmas. La visita a Fidel carece de importancia, porque todo se ajusta al teatro ya prefigurado: el paco bueno y el paco malo, para reproducir una farsa patética en que lo oficial con lo oficioso se articulan para sostener la protesta íntima que el protocolo de los salones no permite.

Haber insistido en salir de viaje, es otro gesto de desarreglo en el que la Presidenta puso (hasta) en riesgo, la ya compleja lógica de una política exterior. La soberbia del aparato de Palacio le imprimió a las relaciones internacionales el rango doméstico de las facciones de ascenso reciente, que se saben en demasía temporales.

Repito una vez más que el acelerado apoyo de Escalona al candidato Frei es la mayor de las defecciones simbólicas del socialismo y tiene lugar en el momento de la re-apertura de la investigación que busca tipificar el asesinato del padre de éste. El objetivo declarado busca modificar las densidades de la historia, porque esa muerte será relocalizada, en el discurso, como el origen exclusivo y excluyente de la trascripción demócrata-cristiana de la transacción de partidos que condujo a la formación del conglomerado de gobierno.

Nuevamente, un hijo se desvela para refiguralizar la imagen del padre. La concertación nació marcada y se ha sobrecargado por  mandatos inconscientes que han convertido la reparación en un campo de batalla simbólico, tramado por la amenaza espectral de unos padres que disputan todavía la facultad de dimensionar(se) en la historia.

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