Fondaridades (5)

En el 2006, a Norton Maza le rechazaron el proyecto presentado al Fondart arguyendo que el “pintoresquismo no estaba a la altura de lo expuesto”. Entonces, él les envió una carta en la que les manifestaba que tenían todo el derecho de no acoger su propuesta, pero que no correspondía incluir descalificaciones formales a su trabajo. Le respondieron mediante una carta cuyo carácter no hacía más que ratificar la ofensa implícita en la primera. En todo caso, se esmeraron un poco ya que se les ocurrió incluir la definición de diccionario de la palabra pintoresco, dando a entender que el propio artista no había estado siquiera a la altura de comprender el rechazo. Me enteré finalmente que cerraban la carta con una frase en la que se manifestaba que cualquier reproducción textual del documento era motivo para entablar acciones judiciales por parte del Estado.

En el 2007, Norton Maza presentó, prácticamente, el mismo proyecto, pero densamente amplificado, obteniendo un puntaje de evaluación del 98 por ciento. Sin embargo, esta vez, los argumentos de su rechazo fueron “responsablemente” asumidos por los redactores de las resoluciones de rechazo. Era como si se hubiesen ocupado especialmente de ponerse en línea con el rechazo del 2006.

Lo que el relato anterior deja en claro es la diferencia analítica entre evaluadores y jurados. Cuando unos van en una dirección, los otros corrigen. Cabe preguntarse por el estatuto del evaluador, que queda reducido a la labor de un operador de limpieza. Es el jurado el que goza de la potestad efectiva del concurso. Entonces, ¿desde que condiciones trabaja el evaluador? Probablemente ejerce su soberanía en el terreno de la articulación eficaz entre Objetivo, Fundamento y Descripción. Es el jurado quien define si la descripción no le hace honor al fundamento de los objetivos.

Sería deseable que los jurados expusieran los principios que orientan su análisis de campo. Podría ocurrir que estando el desacuerdo con dichos criterios, habría que saludar al menos la existencia de ellos para desarrollar una política. Sin embargo, los jurados “se hacen ver” en la retórica justificativa de sus rechazos como unos entes carentes de criterio articulatorio de una escena.

Pequeños datos: Norton Maza estudió en la Escuela Nacional de Arte de La Habana. Después hizo dos años de post-grado en Bordeaux. Sus obras han sido adquiridas por el Fondo Regional de Arte Contemporáneo del Limousin, que dirige Yannick Milou. Finalmente, la obra que ha sido desestimada por el jurado del Fondart ha sido adquirida por el Museo Nacional de Bellas Artes para ser incorporada a su colección permanente. Más aún: esa misma obra ha sido seleccionada para ser exhibida en la Bienal de Montreal. Olvidaba mencionar que hace menos de un mes, en el marco de la galería AFA, esta obra fue exhibida en ArteBA (Buenos Aires).

Ya sabemos: el jurado es soberano. El problema es saber en qué sostiene su soberanía. Tengo una hipótesis: en el deseo de control de poblaciones artísticas calificadas como sujetos en riesgo social. En un espacio chileno en que la dependencia simbólica de la academia universitaria es fundamental para resolver las ansiedades de pertenencia de los jóvenes egresados, un jurado ejerce funciones de validación totémica.

Norton Maza no pertenece a ninguna de las “filiaciones” académicas que operan en la escena chilena. Se ganó un proyecto en el 2001, cuando recién regresaba al país y no era conocido por las escuelas. De hecho, logró vender una de las obras producidas en dicho proyecto, lo cual le permitió viajar de regreso a Francia donde pudo gestionar proyectos futuros. O sea, no cabía desde muy temprano en la calificación de población en riesgo inscriptivo.

En el 2001 su proyecto fue aprobado porque en el jurado había personas que no se manejan con esos criterios de exclusión. Esto señala una gran diferencia ética respecto de los cálculos reductivos de los jurados actuales.

Resulta curioso constatar que Norton Maza viaja fuera de Chile en el 2002 y regresa luego en el 2006. En este período han estado viajando constantemente y se ha hecho un camino de reconocimiento en otras escenas. Esto nos da simplemente una pauta. Lo pienso en relación al rechazo que el año pasado experimentó la obra de Fernando Prats.

Lo sorprendente es que con el mismo proyecto, Fernando Prats ganó la Beca Guggenheim. Norton Maza estaba en mi oficina el mismo día, en el mismo momento en que Fernando Prats me llamó por teléfono desde Barcelona para comentarme la situación del rechazo del Fondart. Acto seguido me comunicaba lo de la beca. Nos reímos de buena gana. Debo mencionar que Fernando Prats tampoco pertenece a ninguna de las “filiaciones” académicas que operan en el manejo de las influencias institucionales de esta escena.

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