Lo que me propuse sostener en mi conferencia en la MaestrÃa de Arte Contemporáneo Universidad Autónoma de Madrid/Centro de Arte Museo Reina SofÃa fue una cuestión institucional relativa a la situación expositiva, entendida como formación de encuadre. Sin embargo, lo que hice fue pronunciar lo que denominaré un Plan B. Es decir, la conferencia que no pensaba decir, pero que me traÃa disimulada entre las lÃneas de la que ya habÃa redactado. O sea que, en esta entrega, de lo que voy a hablar es de aquello que no leÃ, pero que ya estaba escrito. Lo cual me hace releer la conferencia inicial con el objeto manifiesto de intervenir su régimen textual y fragmentar los ejes de análisis, para someter su continuidad a los embates de un destino diferenciado por nuevos imperativos editoriales.
En el dominio de la intervención llamada lectura me propongo modificar los términos de dicha conferencia, para proporcionarles otro destino crÃtico. De tal modo, reduciré a las condiciones que me he dado previamente para hacer circular estas entregas, la masa textual operante que estaba en la génesis de la conferencia in/pronunciada, por in/pronunciable, en tanto descubrà la inadecuación institucional de su proferimiento.
El comienzo de la conferencia hacÃa estado de la decepción formal que me plantea el formato de la exhibición, en el entendido que trabajamos en zonas museales depreciadas, que apenas cumplen con las normas previstas para un montaje razonablemente pertinente. A estas desconstituciones se le agrega la ausencia de centros autónomos de arte. Vale decir, lo que hay, profusamente, son centros culturales en que domina la pendiente teatral y musical, dejando solo para las artes visuales una sala que carece de todos los elementos para convertirse en laboratorio de ideas. Un centro de arte no es una sala de exhibiciones a la que le hace falta una colección. Tampoco es un pariente pobre en medio de instalaciones de teatro dotadas de todos los elementos para desarrollar un buen trabajo de producción de espectáculos. Tampoco se hace un centro de arte a partir de la precariedad de espacios limÃtrofes que terminan academizando la noción de laboratorio, porque son tan pobres, que deben inventarse una posición heterogénea a la medida de las incompetencias institucionales. Todo eso es común en nuestra zona. De modo que, puede ser un signo de radicalidad el desear disponer de las condiciones formales mÃnimas para poder funcionar.
Estando en Madrid, frente a un público extremadamente especÃfico, me formulo la siguiente pregunta: ¿A qué tipo de “formación†corresponde una exposición, por cuanto resulta siempre ser un encuadre que tiene lugar en el campo de un encuadre-ya-definido: el lugar que por estatuto jurÃdico está destinado a acogerla?
Ya se verá que me refiero a situaciones de completud que en nuestras escenas no han sido suficientemente satisfechas. Uno de los problemas que se debe abordar desde esta situación es la maldita costumbre de convertir un museo en un centro cultural; en un espacio de circulación de muestras itinerantes forjadas por otros; en un galpón de acogida de actividades múltiples destinadas a la familia, durante los fines de semana; en un espacio de feria blanda entre diseño y arquitectura. En la medida que nuestros museos nacionales y provinciales carezcan de proyecto de desarrollo resulta imposible evaluar la historia de su comportamiento estructural. En tanto los centros de arte dependan de centros culturales multipropósito no podrán levantar proyectos de desarrollo autónomos, porque estarán permanentemente sometidos a la “filosofÃa teatral espontánea†de los miembros de sus directorios, que le aplican a las artes visuales su lógica de espectacularización. Tenemos que rendirnos a la evidencia que en nuestras zonas de arte depreciadas, los museos y los centros de arte están estructuralmente des/encuadrados. He leÃdo hace unos meses una intervención crÃtica de José Luis Brea, en salonkritik, acerca de las polÃticas de exhibición y montaje del Reina SofÃa y del Prado. Ese es el tipo de debate que no puede tener lugar en nuestra zona, no porque sea indebido, sino porque las condiciones materiales para que tenga lugar no están dadas. De lo que se debate es de otra cosa; por ejemplo, de la necesidad de un plan de desarrollo y de la obligatoriedad de una polÃtica de coleccionismo público, porque son temas que no han sido suficientemente legitimados en la agenda.
El problema a identificar y cuyos términos debo exponer es el de la “formaciónâ€. Una formación artÃstica que intentaré definir con la ayuda de conceptos prestados. Esto se ha convertido en un hábito teórico: vivir de prestado, recurriendo a nociones que no fueron forjadas para operar en el terreno en que nos movemos y en el cual autorizamos y somos autorizados en la profesión de conceptores de exposición; es decir, productores de encuadre en el encuadre.
Una formación es un encuadre; es decir, un conjunto de elementos que son reconocidos al interior de un campo ya delimitado. Obviamente, todo campo, ya está delimitado. Un campo se define por su delimitación. El asunto es saber por quien, por qué y bajo qué condiciones de restricción.
Delimitar: concebir, organizar, excluir. ¿Cómo concebir estos elementos sino por el trazado de un lÃmite? Entonces, lo primero es definir la práctica del trazador en el primer dibujo de planta de un edificio, en el espacio real de la instalación de faena. La exposición es un trazado y un encuadre; esto es, un aparato de prescripción y de proscripción.
¿A qué conduce esta fenomenologÃa de pacotilla?, ¿Qué es lo que cabe dentro de una exposición?, ¿Qué cabe fuera de ella?, ¿Dentro de una exposición, pero fuera-del-museo?, ¿Qué se podrÃa entender por el fuera-del-museo? El museo redefinirÃa los lÃmites de la exclusión polÃtica y operarÃa como sÃntoma de la separación entre sociedad civil y sociedad polÃtica.