Documentación, Investigación, Producción Institucional

En Buenos Aires, el Centro Cultural Recoleta ha dado inicio a la formación del CEDIP (Centro de Documentación, Investigación y Publicaciones), que estaría a cargo de Andrea Giunta. De hecho, los trabajos de instalación material del centro ya se han iniciado y ante esta situación, lo más adecuado fue celebrar la iniciativa realizando un encuentro en torno a algunos problemas de la documentabilidad del arte argentino. Es decir, del acopio de documentos, de su clasificación, pero sobre todo, de la producción de sus criterios de recolección. Es obvio que existiendo en Buenos Aires lugares ya instalados en que la mencionada documentabilidad se ejerce, el CEDIP debía buscar y definir su propio perfil, desde la partida.

Hagamos una enumeración breve: Fundación ESPIGAS, Archivo Romero Brest, Archivo Museo Nacional de Bellas Artes. No hay que redoblar esfuerzos. Cada lugar posee una idea muy estricta de su intervención documentaria en la escena argentina. Nombro apenas tres, para señalar al menos la existencia de lugares de trabajo con fuentes primeras. Algo que resulta tan complejo y casi imposible en la escena chilena. Hay gente que cree que un archivo es un montón de papeles más o menos ordenados en unas cajas de leche nido.

Andrea Giunta definió desde un comienzo su marco de trabajo: la producción del propio Centro Recoleta. Es decir, la puesta en forma de su memoria institucional; o sea, lamemoria de sus estrategias de programación. Y luego, las lagunas. Sobre todo, las lagunas de información. De ahí, pues, nacen programas de recolección especial dentro de una gran política. Y para agregar, promoción de estudios sobre las exposiciones, sobre artistas, sobre obras que hayan sido expuestas, en qué coyuntura, bajo que condiciones, en en seno de qué polémicas, etc.

Para celebrar, entonces, que mejor que un encuentro al que fueron invitados productores revelantes de la escena: Rafael Cippolini, editor de RAMONA; Andrés Duprat, director de artes visuales de la secretaría de cultura de la nación, con la rica experiencia de haber producido musealidad local; Inés Katzenstein, curadora en el MALBA; Horacio Zabala, artista relevante en esa escena; Fernando Farina, director del Museo Castagnino-MACRO de Rosario; Esteban Álvarez, director del Centro de Residencias El Basilisco, en Avellaneda; Leonel Luna, artista que prepara su obra para la Bienal de Ushuaia; Tulio de Sagastizábal, artista, representando al Fondo Nacional de las Artes; María José Herrera, curadora del Museo nacional de Bellas Artes, por mencionar a algunos.

¿Cuál era la primera pregunta? Una muy simple y ceremonial: ¿existe un arte argentino? La segunda: ¿de que manera hablar de escenas locales? En el fondo, la retórica de ambas preguntas mencionan un formateo previo de las respuestas, ya que cada agente, desde su experiencia, tenía una manera de abordar de modo específico el tema, que la certeza que se puede tener de esto es que, al menos, se tiene una cierta idea de lo que se desea. ¡Es que eso resulta fundamental! ¡Es un gran capital discursivo!

El solo relato de formación de la colección del MACRO de Rosario, es un modelo específico de intervención en la historia de la ciudad y de la constitución de una escena local de arte. La sola puesta en duda de la noción de “interior” señala la existencia de una versión acerca de las relaciones capital/provincia que, en un marco de conflictos, reconstruye una lógica de relaciones que, finalmente, permite reconstruir las falencias del propio sistema argentino de arte y su gran capacidad de reconversión.

Entonces, un centro de documentación responde a la necesidad de montaje de una historia institucional. Es decir, de su puesta en edición documentaria. Y además, señala rumbos, ficciones de recomposición. Lo que supone la existencia de composiciones ya formadas que, articuladas de modo flexible, hacen la fortaleza del sistema de arte argentino.

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