¿Qué hicimos en Rosario, además de exponer? (2)

Ingresamos al edificio de la Estación del Norte, para visitar la exposición “Eduardo Favario, fuera de marco. Un ejercicio de memoria”. Tomamos la tarjeta de presentación de la muestra. Transcribo el texto:

“A treinta años del inicio de la última dictadura militar, el Museo de la Memoria presenta esta muestra dedicada a Eduardo Favario, un artista clave a la hora de pensar las complejas relaciones entre arte y política que signaron al campo cultural argentino en las décadas de 1960 y 1970.”

La vida y la obra de este artista plástico, quien murió en un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad en el año 1975, dicen de la intensidad con que una generación interpretó el tiempo histórico que le tocó vivir. Sus dibujos y pinturas, tanto abstractas, informalistas como conceptuales, hablan de un artista para el cual lo real del mundo, sus dilemas y acechanzas, no le eran algo ajeno. Favario fue una figura central en Tucumán Arde, una experiencia grupal que tuvo como uno de sus escenarios a la ciudad de Rosario y la cual permitió enlazar de un modo original estética y política.

Su muerte, en las vísperas del golpe de Estado de 1976, nos recuerda también que esa noche oscura que se prolongó siete largos años, comenzó a desplegar su brutal infortunio mucho antes y que ya bajo gobiernos constitucionales el Estado comenzó a ejercer una maquinaria de exterminio que acabó con la vida de miles de ciudadanos.

Comenzar a hablar de ese tiempo histórico y de sus protagonistas es una invitación a reflexionar acerca de ese pasado de dolor del que todos venimos.

La exposición posee abundante información fotográfica de “Tucumán Arde”. Pero sobre todo, de las obras pictóricas de Favario, antes de su acción en el Ciclo de Arte Experimental. Hay dos tomas que nos impresionan: está Favario sentado, junto a una pintura que, literalmente, “se sale del cuadro”, permaneciendo en él. Paradojal. Sobre la tela pegada al muro, ha pintado dos tabiques que se entreabren, como si fueran grandes portones sometidos a la presión de una masa cromática que los fuerza con su expansión. El bastidor del cuadro estalla hacia delante, abandonando la verticalidad del muro y cayendo sobre el suelo. La pintura está dotada de una gravedad que toma prestada su condición al modelo de almacenamiento de los silos graneleros. La masa cromática informal se detiene sobre una plataforma pintada regularmente sobre la que se dispone  una tela arrugada, como si fuera una sabana sobre una cama desordenada, recién usada.

La figura de Favario se recorta contra la obra, sentado junto a la plataforma de recepción de la masa cromática que cae sobre ella. Las fotos son en blanco y negro.

La exposición contiene autorretratos que Favario realizó en el taller de su maestro, Grela. Hay, además, cuadernos de apuntes de su viaje a Europa. Graciela Carnevale, que ha organizado la exposición, ha abierto uno de ellos en la página en que hay apuntes sobre la visita de Favario a una exposición de De Segonzac. No es casual, en relación a las determinantes de la  abstracción en Favario. Sin embargo, donde quedamos petrificados  es frente a los documentos militantes. Cartas de compañeros de lucha. Reproducciones de prensa. Pero sobre todo, unas ginetas de tela, con una estrella  bordada. Eran los grados al interior del ERP. Estaban hechas para ser colgadas de un botón sobre el bolsillo delantero de la camisa. De esa manera, parecían bolsitas pequeñas bordadas. Pero no. Eran emblemas, hechos a mano. Las estrellas eran irregulares. Estaban bordadas de manera tosca. Pero decisivamente distintivas. Era un ejército. Tenía sus grados. Pequeño detalle en la exposición. La factura manual de los emblemas marcaba una distinción suplementaria entre formas artesanales y formas industriales de lucha. Los emblemas remitían a una maquinaria doméstica del encuadre. Este es un dato no menor en la perspectiva de los trabajos de arte que relatan “historias de hilo”.

¿Pero qué hace Graciela Carnevale, al disponer estos documentos? Promueve el acceso  al doble conocimiento que se debe tener de la figura de Favario, que no solo se había salido del marco de la pintura, sino que abandonaba el campo del arte -segunda salida del marco-, para ser objeto de una puesta fuera de la periodización oficial. El Museo de la Memoria fija una fecha para dar comienzo a su trabajo de recolección: el golpe militar de 1976. Favario corresponde a un momento de represión que se anticipa aceleradamente. Desarma las fijaciones estéticas de los períodos. Opera como las obras en la historia del arte. Por esa razón, su acto de negación como sujeto artista le permite acceder a una condición de sujeto político-militar, en un tipo de encuadre que lo hace quedar fuera de la vida cotidiana, como un combatiente clandestino. Favario deseaba transformar el mundo. Quizás su decepción diagramática nos adelanta la certeza de que la práctica artística solo transforma las condiciones de la práctica artística.

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