ARGEL (2).

En Nexo (un ensayo fotográfico), realizado por Marcelo Brodsky en el 2001 (Centro Cultural Recoleta / Buenos Aires), hay un capítulo especial titulado Los condenados de la tierra. En la página 77, frente a cuatro reproducciones fotográficas de libros desenterrados, carcomidos por la humedad, el siguiente texto señala: “Estos cuatros libros fueron enterrados durante la dictadura militar. Permanecieron bajo tierra durante casi veinte años, en el jardín de la casa de Nélida Valdez y Oscar Elissamburu, en Mar del Plata”. Más adelante, en página 80, una nota al pie de página informa:”En abril de 2000, el Fondo de Cultura Económica me invitó a exponer Los condenados de la tierra en su stand de la Feria del Libro de Buenos Aires. (…) El logotipo del Fondo es aún claramente visible en los trozos de papel desenterrado”.

Durante la Unidad Popular, en algunos cines podíamos ver documentales checoeslovacos, húngaros y polacos entre dos sesiones de un rotativo. En una de esas ocasiones pude ver un corto metraje en que la mayor parte del tiempo el encuadre muy cerrado contenía la imagen de una mano que sostenía una brocha pequeña, con la que limpiaba un trozo de tierra. La brocha limpiaba el polvo superficial que cubría un objeto difícil de identificar, hasta que al cabo de un momento comenzaba a aparecer una dentadura, unos restos óseos y la montura metálica de unos anteojos. De súbito, el encuadre se ampliaba de manera abrupta y dejaba al descubierto una escena de exhumación realizada al borde de la alambrada de un campo de concentración. Nunca supe el nombre del autor del documental. Nunca volví a ver un documental como éste; ni siquiera parecido. Pero lo recordé cuando me enfrenté a las fotos del libro de Brodsky.

Hace tres días, en la librería El Ateneo de Avenida Santa Fe, encuentro en la estantería de Sociología, un ejemplar de una nueva edición de Los Condenados de la tierra. La portada me resulta gráficamente fallida. ¿Qué puede ser gráficamente fallido? Algo que no reúne condiciones de completud en el plano de la denotación editorial. Pienso que la portada más eficaz hubiese sido, sin lugar a dudas, una de las fotografías de Marcelo Brodsky.

Por cierto, la primera edición en español data de 1963, la segunda de 1965 y la tercera del 2001. La primera edición en francés fue de 1961 (Maspero) y la segunda, de 1991 (Gallimard). Las tres primeras en español fueron realizadas en México, mientras que la primera edición en la Argentina fue en el 2007 y la primera reimpresión, en el 2009. No será difícil asociar cada fecha de publicación a un acontecimiento significativo en la historia latinoamericana. En 1963, ya van tres años del ingreso de Fidel a La habana. En 1965 tiene lugar la invasión de los marines en Santo Domingo. En el 2001 se puede pensar en la proximidad de la rebelión zapatista, mientras que en la Argentina, el 2007 y el 2009 requieren la re-edición de un sentimiento anti-imperialista y anti-colonialista muy en la línea discursiva de Evo, Chávez y Cristina. Al fin y al cabo, es una inversión editorial que considera la existencia de un público cautivo. Así y todo, ya había sido cautivo, al menos en los efectos de circulación de las dos primeras ediciones. Aunque las condiciones restrictivas no fuesen las mismas, el nombre Argel sería puesto en movimiento por el libro y por una película: La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo.

En la misma ciudad de Argel, hace dos semanas, menciono que para la escena plástica chilena, el nombre solo fue puesto en circulación a partir del libro que anunciaba en la propia portada un procedimiento editorialmente colonial: un prólogo de Jean-Paul Sartre le proporcionaba una garantía para circular en la industria política de Occidente. Sin embargo, la hegemonía del eje socialo-comunista chileno impidió que su lectura causara los estragos interpretativos que habilitaría en la Argentina, en esa misma coyuntura. Los chilenos estaban dominados por un eje anti-imperialista y jamás se tomaron en serio la cuestión colonial, a no ser que fuese a título puramente metafórico. En cambio, en la Argentina, la hipótesis de la predominancia colonial permitía declarar que el ejército argentino era un ejército de ocupación. El problema era que al menos el ejército francés, una vez que debe abandonar Argelia, tiene adonde retirarse. En cambio, el ejército argentino de ocupación no tenía adonde retirarse.

Esta es la hipótesis sarcástica sobre la que José Pablo Feinmann sostienen parte de su análisis acerca del peronismo como una obstinación argentina. Es así como lo expone en los fascículos dominicales de Página 12. Tomo el que fuera publicado el 14 de diciembre del 2008, bajo el brillante y no menos inquietante título de Fanon y Perón, ¿un solo corazón?: “En suma, el gran error consistía en trasladar mecánicamente “Argelia” a “Argentina”. El asunto es que la traslación mecánica es una de las operaciones más sorprendentes de los años sesenta. Los chilenos de la extrema-izquierda mirista se enorgullecían de leer las Memorias de Manuel Azaña para poder comprender la anunciada derrota de Salvador Allende. Porque en este punto, una cosa es la lectura orgánica de las organizaciones, admítase la necesaria redundancia, y otra cosa es la función retórica y política que le podemos atribuir al prólogo de Jean-Paul Sartre, donde éste elabora una teoría de la singularidad que se escribe en la periferia; es decir, en las luchas de liberación de los pueblos coloniales. Sin embargo, ya nos sospechamos que el empleo de categorías tan torpes como las de centro y periferia, que alcanzaron un gran éxito de cartelera analítica en la pasada década, están sobrecargadas de esta singularidad de segundo orden que nos ha sido transmitida por los estudios culturales y los relatos postcoloniales, en la última fase de desmarxistización de los relatos, sin todavía haber podido completar la reconstrucción de las filiaciones marxistas de las que podían reconocerse deudores.

Nada de esto debe apartar la atención del epílogo de la edición francesa de 1991, escrito por Gérard Chaliand, traducido en la edición argentina del 2007 y de la reimpresión del 2009. ¿De qué manera, entonces, poner a circular el deseo de exhumación de estos textos que encubren la exhumación del deseo de la victima? Lo que las fotos de Brodsky ponen en relevancia es la homologación del cuerpo del sujeto político y del cuerpo político de la letra convertida en ruina.

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