El viernes 29 de abril fueron despedidos frente al edificio del Cabildo de Asunción del Paraguay, los restos de Augusto Roa Bastos. El arribo a Asunción de su hija Mirta hizo que el gobierno desistiera en su afán por trasladar sus restos desde el Cabildo al Palacio Presidencial. La hija, a nombre de sus hermanos, solo hizo cumplir el deseo de su padre. Sin embargo, el forcejeo entre la autoridad política y la sociedad civil se hizo sentir durante los días previos. Al punto que el artista Carlos Colombino, amigo histórico de Roa Bastos, calificó de carroñera la actitud de la autoridad política. Incluso, en su discurso de despedida no se abstuvo en mencionar que hace veintitrés años, la Policía nacional había conducido al escritor a la frontera, expulsándolo del país. En este velatorio, fue posible advertir una corona de flores enviada por la propia policía nacional.
Hay quienes no aceptaron con agrado el cumplimiento del deseo de Roa Bastos. Su hija Mirta declaró que ésta era la manera que él encontró para estar en el corazón de la gente. Y la negativa de aceptar el procedimiento de los funerales oficiales llevó a autoridades ministeriales a pensar en no solventar los pasajes de tres de sus hijos desde Francia, donde residen.
Las autoridades fueron superadas por la ciudadanía. Descubiertas en su primer afán de recuperación de la imagen de Roa Bastos, manifestaron haber sido utilizadas por la sociedad civil. Magro argumento, ridículo comentario ante un hecho poco común: la comunidad cultural pudo hacer valer su criterio y limitar los costos de la recuperación política. Me permito formular una hipótesis para la escena interna, chilena: nuestra autoridad política recupera todo; la comunidad cultural es totalmente recuperable. Ciertamente, cuando se habla de recuperación, se piensa en negociación. En definitiva, todo es recuperable. Pero me refiero a un margen de irrecuperabilidad en la recuperación que permite pensar en la fortaleza enunciativa de las comunidades culturales fuerte. La comunidad chilena, en este sentido, no es fuerte; es “subordinizada” con demasiada facilidad.
Regreso al incidente paraguayo: para el Palacio presidencial fue un alivio la noticia de que los restos de Roa Bastos no pasaría por allí, porque acoger sus restos le hubiera significado a la clase política tener que asumir al extremo su impostura. En todo caso, la euforia de los medios de prensa ha puesto a Roa Bastos en portada, en una medida que denota el alcance de su propia obsecuencia histórica. Y esto viene a ser una conquista de la sociedad civil. Repito, en el terreno de la visibilidad de la impostura política como en el reconocimiento de la obsecuencia de los medios. Las palabras impostura y obsecuencia son claves en este asunto.
En algún lugar, hubo justicia distributiva. Hay circunstancias en que la sociedad civil no debe permitir el secuestro simbólico de un cuerpo. Es así como en el velatorio de Roa Bastos reclamó, prácticamente a codazos, su lugar en la primera fila.
Ticio Escobar, critico de arte, inició sus palabras de despedida con la siguiente frase: “Augusto, ñande ru, gran chamán”, recordando las palabras con las que lo llamaba Carlos Colombino y que tanto gustaban al escritor. En ese momento, Ticio Escobar se abstiene de hablar, toma la salida del silencio, y deja su lugar a Carlos Colombino. Era el final de una secuencia de gestos, de silencios, de omisiones, de diferencias, de diferimientos, que fue saldada a favor de las relaciones entre artes visuales y literatura en la contemporaneidad del arte paraguayo.
En Asunción, el lugar más significativo de la cultura paraguaya contemporánea es el Complejo Museo del Barro. No es un lugar oficial, sino un espacio forjado por la sociedad civil. Al respecto, el Estado paraguayo no logra montar la autonomía necesaria para intervenir como tal en la configuración del campo cultural. Lo que ha hecho es subordinarse al aporte empresarial para no tener que validar la inclusión de la inversión en cultura, en el propio presupuesto de la nación. De este modo, el aporte empresarial es percibido como un “don” cuya reciprocidad los empresarios cobran en grado simbólicamente superlativo. Un Estado que fomenta este tipo de desestimiento hipoteca su propio futuro. De este modo, depone su acción fragilizando aún más la precaria institucionalidad de que dispone.
El Complejo Museo del Barro es una plataforma de producción de conocimiento que, desde la sociedad civil, ha podido ir a contrapelo del efecto promovido por la defección del Estado en cultura. Roa bastos, Premio Cervantes, hizo que se incluyera al Museo del Barro en la agenda de visita de los Reyes de España a Asunción, en octubre de 1990. La clase política acudió por vez primera al museo, para enterarse cómo trabajaba un dispositivo que ha sido, en gran parte responsable, de la visibilidad internacional del arte paraguayo.