Es asà como circulan las ideas. En la inauguración de la exposición de Gonzalo DÃaz en el MAC Forestal, el pasado 25 de junio, dos personas se pusieron a discutir sobre la cinta de Alfredo Jaar en el Pabellón de la Urgencia, en la última Bienal de Venecia. Una estaba impresionada por los cortes realizados por Jaar sobre el material. Partir con esa entrevista a Ungaretti, para fijar el rango de la investigación, era una gran decisión, porque era una entrevista en donde le hacÃan una pregunta sobre el concepto de normalidad sexual. Desde ya se verÃa por donde vendrÃa la mano magistral de la puesta en orden de los materiales recuperados de los archivos de la radio y televisión italiana, en blanco y negro. Lo que le imprimÃa un dramatismo suplementario no deseado, apostando al grano elocuente de una imagen pulcra.
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En la cinta de Alfredo Jaar, la cuestión de la normalidad sexual anticipaba el carácter de la infracción lingüÃstica de Pasolini, cuando lo apreciamos hablando de su primer libro de poesÃa, escrito en dialecto, como la expresión de un acto de resistencia anti-fascista. Pero ¡con qué dulzura! Pasolini exponÃa su tesis de la resistencia a través de la poesÃa, para fijar el rango de su temporalidad jurÃdica, sabiendo que la república de Salo estaba por instalar su lógica extrema.
La mañana que asistà con Antonio Arévalo y Javiera Parada a la proyección de Las cenizas de Pasolini, ya habÃa tenido un encuentro con un zapatero de la calle De le do spade, que entre otras cosas vendÃa libros usados. Sin duda se trataba de otra Venecia: la de la lucha contra el fascismo. Pero contra el fascismo de hoy. Pensé en realizar mi itinerario narrativo por la ciudad siguiendo la lógica de los cortes que Alfredo Jaar realiza en esa pieza. HabÃa que buscar un incidente análogo a la entrevista a Ungaretti. Por ejemplo, el encuentro en el cajón de libros usados del zapatero, con el informe del Comité Regional para el Treintavo Aniversario de la Liberación, redactado por el Instituto de Historia de la resistencia de las Tres Venecias. El libro es de 1976. Pasolini fue asesinado la noche del 2 de noviembre de 1975. Pero su muerte resuena en el informe. Han pasado otros treinta años. Alfredo Jaar cumple la tarea de hacer el informe que falta. Pero el zapatero me insiste en que tome el libro de Luigi Longo, ¿Quién traicionó a la Resistencia? De eso hablaba Pasolini en la crónica que escribió tres dÃas antes de morir. ¿Quién traicionó los principios democráticos y las luchas sobre las que se funda la Italia de post-guerra? ¡Qué duda cabe! La post-guerra continúa. Las traiciones se amplifican. Al menos, me dice el zapatero, Luigi Longo era un polÃtico honorable. Le faltó agregar, un honorable stalinista. Pero, ¿puede, un stalinista ser honorable? ¿Puede, el hipo-stalinismo estructural de la izquierda chilena, hacerla honorable? Ya no quedan polÃticos honorables.
Me acomodo en el cubo de la proyección de Las cenizas de Pasolini con el peso de los dos libros sobre la resistencia traicionada, pero además, con una selección de obras de Brecht, en las que un magnÃfico prefacio de Cesare Cases, quien destina algunas páginas para hablar de las versiones de su Galileo Galilei, el mismo que caminara por los galpones del Arsenal de Venecia, ocupado de cuestiones ópticas y militares. Lo cual debe ser conectado con el hecho de que Antonio Banfi, filósofo italiano, antifascista, escribe una Vida de Galileo Galilei, extraordinario documento polÃtico, en 1939. El valor de escribir en 1939. De eso, justamente. Pero es preciso saber que Antonio Banfi conecta a Rossana Rossana con la resistencia comunista. Este nombre debe ser retenido: Rossana Rossanda. La gran disidente comunista, fundadora del grupo In Manifesto, y que en razón de ello fuera expulsada del PCI.
Colecciono prefacios. El prefacio de Luigi Longo fue escrito en octubre de 1975. Anticipa el primer artÃculo, sobre cómo comenzó a articularse la traición a la resistencia. Pero en el diario Il Mondo del 28 de agosto de ese mismo año, Pasolini escribe que hay que llevar a los lÃderes democratacristianos a la justicia, incluyendo quizás a más de algún presidente de la república, son sus palabras. Una vez en los tribunales, acusarlos de una gran cantidad de crÃmenes, de los cuáles en ese momento hace un enunciado moral: deshonestidad, desprecio por los ciudadanos, malversación de fondos públicos, cohecho con los industriales, los banqueros y las compañÃas petroleras; convivencia con la maffia, alta traición en provecho de potencias extranjeras, colaboración con la CIA, etc.  Pero la parte final hay que copiarla textual. A esos jerarcas democratacristianos hay que juzgarlos por ser responsables de la “destrucción paisajÃstica y urbanÃstica de Italia; responsabilidad por la degradación antropológica de los italianos (responsabilidad agravada por su total inconciencia); responsabilidad por la situación espantosa, como suele decirse, de las escuelas, de los hospitales y de toda obra pública básica; responsabilidad por el abandono “salvaje†del campo; responsabilidad por la explosión “salvaje†de la cultura de masas y de los mass media; responsabilidad por la estupidez delictiva de la televisión; responsabilidad por la decadencia de la Iglesia; y, por último, además de todo lo anterior, quizás también del reparto borbónico de cargos públicos entre los aduladoresâ€. Todo eso fue escrito ese 28 de agosto de 1975.  Pero Jacinta de Alfredo Jaar convierte su enunciación mediada en un texto del presente. Un presentador de la RAI lee algunos fragmentos de ese texto a la hora del telediario. Pero yo obtuve su versión del catálogo Pier Paolo Pasolini. Palabra de corsario, correspondiente a la exposición realizada en el 2005 en el CÃrculo de Bellas Artes de Madrid, en el momento de cumplirse treinta años de su muerte.
Y la cinta de Alfredo Jaar, en la Bienal de Venecia 2009, es un prefacio encadenado para un tratado efectivo de ciencia polÃtica, que pudiera terminar definitivamente con el género “arte y polÃticaâ€. Encadenado, debo decirlo, al tÃtulo Las cenizas de Gramsci.
El domingo 12 de junio del 2005 en El Mercurio se publica un artÃculo escrito por Elisa Cárdenas, desde Alemania, en el que Alfredo Jaar señala que Las cenizas de Gramsci, que se acababa de inaugurar en el Studio Stefania Miscetti de Roma, estaba inspirada en un poema de Pier Paolo Pasolini (1922-1975), a quien define como “un artista e intelectual incomparable que yo admiro mucho y cuyo producto cultural es un verdadero modelo de resistencia. Sus filmes, poemas y textos crÃticos ofrecen una clara aplicación de los conceptos gramscianosâ€. Lo que el artÃculo de Elisa Cárdenas no mencionaba era el hecho que en el mismo mes de junio, en Venecia, se inauguraba en el Pabellón del Instituto Italo-Latinoamericano, la obra de Gonzalo DÃaz, correspondiente al envÃo chileno a dicha bienal. Pero habrÃa que hacer recordar que el propio Gonzalo DÃaz habÃa trabajado sobre y desde Gramsci, en 1985, poniéndolo de su foto de portada en un rarÃsimo objeto editorial que luego es repetida en 1987 en una exposición realizada en una agencia comunista, bajo el tÃtulo hegemonÃa y visualidad. La paradoja reside en que el trabajo de Gonzalo DÃaz fue realizado en plena dictadura, en Chile, y en una coyuntura intelectual en la que El Mercurio combatÃa el gramscismo con toda la violencia que le era propia a su rol, porque leÃa perfectamente cuál era la perspectiva reorganizacional de la oposición cieplano-flacsiana. Entonces, el drama para las carreras de los artistas, consiste en que El Mercurio, dos décadas después publica una inteligente crónica sobre una obra en que comparece quien fuera el referente para un artista del que no se podÃa hablar en la coyuntura de 1985. O sea, el gesto irruptor de Gonzalo DÃaz no tuvo cobertura crÃtica. Es de lamentar. Asà funciona la circulación de las ideas; siempre a destiempo y de manera equÃvoca. Porque si pensamos en la obra que Gonzalo DÃaz llevó a Venecia en el 2005, estaba muy por debajo de lo que sus referencias gramscianas sostenÃan en 1985, cuando era atacado por Richard y Brugnoli, indistintamente. Lo lamento nuevamente: la obra de Gonzalo DÃaz en el 2005 era la que correspondÃa a un premio nacional, mientras que la del 1985 era la de un combatiente que resultaba incómodo para la propia izquierda. Me basta con que Alfredo Jaar haya llegado a Gramsci desde el modelo retórico de Pasolini, quien fuera expulsado del partido comunista italiano por homosexual. El punto no es quien llega primero. No existe eso. Lo que hay es una precedencia intertextual que borra la insistencia megalómana de los precursores. De tal manera, si Gonzalo DÃaz, se desliza desde la “polÃtica†en dictadura hacia el “arte†en transición democrática, Alfredo Jaar, esa es la extraña condición de las obras, se remonta desde el “arte†hacia la “polÃticaâ€, en una operación inversamente proporcional en la que aparecen comprometidas las densidades formales sobre las que han edificado sus retóricas.
En efecto, como ya lo dije, la primera escena de Las cenizas de Pasolini consigna la entrevista a Ungaretti, sobre la normalidad sexual, sabiendo todos, que Pasolini fue expulsado del PCI por homosexual. Daniel Link, en el suplemento literario de Página 12, de Buenos Aires, escribe: “La incomodidad que provoca la figura de Pasolini (las razones por las cuales, seguramente, a Italia le costó mucho tiempo recuperar una obra que, ya desde el comienzo, estaba destinada a convertirse en la Gran Obra italiana del siglo XX) reposa seguramente en su radicalidad (su extremismo) en todas las direccionesâ€. Y agrega en una nota al pie de página, que se justifica plenamente citar en extenso: “Escritor homosexual, Pasolini no puede ser recuperado como tal, en un universo (lo “gayâ€) cuya iconografÃa y cuyos “valores†son exactamente los contrarios a los propuestos por Pasolini en octubre de 1949. El periódico comunista L’Unitá publicó el 29 de octubre de 1949 la noticia de la expulsión bajo el tÃtulo “El poeta Pasolini expulsado del PCIâ€. Vale la pena detenerse en el texto: “Con fecha del 26 de octubre la federación del PCI de Pordenone ha resuelto expulsar del partido por indignidad moral a D. Pier Paolo Pasolini, de Casarsa. Los hechos que han determinado tan graves medidas disciplinarias contra el poeta Pasolini nos dan la ocasión de denunciar una vez más las deletéreas influencias de determinadas corrientes ideológicas y filosóficas, como las de los Gide, Sartre y demás celebrados poetas y literatos que se las dan de progresistas cuando, en realidad, adoptan los aspectos más deletéreos de la generación burguesaâ€. Más allá del error de atribuir a Pasolini influencias que jamás tuvo (estaba en vÃas de escribir, precisamente, Las cenizas de Gramsci, 1957), conviene retener la acusación de “indignidad moralâ€. Pasolini es, en efecto, herético e indigno (y en eso se fundamente su proyecto estético)â€.
Recupero en mi memoria, no un juego de fechas incrustadas y encadenadas como un operativo abismal, sino en una operación retroversiva, que al dejar Venecia en el 2003, lo hice leyendo Il Ritorno, unas conversaciones que Toni Negri habÃa sostenido con Anne Dufourmantelle y que  Rizzoli habÃa convertido en un libro de tapas duras, con su retrato impreso como si hubiese estado hecho a la antigua usanza serigráfica de los años setenta. Y en esa entrevista Negri hablaba de Porto Marguera como la otra Venecia: la tierra firme del capital y de la clase obrera. Porto Marghera, el más grande polo quÃmico y petrolÃfero de Italia. Fue allà que Negri comenzó a militar, con el fin de construir unas estructuras de auto-organización obrera, logrando en el 63 formar comités de base de poder significativo, para llegar a establecer un puente de intercambio entre los obreros y los estudiantes de la Universidad de Padua en el 68. Todo eso lo sabÃamos. Que intelectuales venecianos como Luigi Nono y Emilio Vedova  habÃan estado muy cerca de esos movimientos que en el 68 impidieron la inauguración de la bienal de ese año. La policÃa, cuando no sabÃa cómo bloquear una protesta, colocaba una bomba. Fue lo que hizo en el Lido para justificar la militarización de la ciudad. Y después vino la historia de Il manifesto, en 1969. De todo eso habÃa que saber. De modo que no fuera una excepción lo que ocurrió conLas cenizas de Pasolini en el pabellón de la Urgencia. Porque en la librerÃa Mondadori, cuando pregunté por el último libro de Rossana Rossanda, me pasaron LA ragazza del secolo scorso (La muchacha del siglo pasado), cuyo subtÃtulo era de la polÃtica como educación sentimental. Entonces, después de trabajar en la cercanÃa de montaje de Iván Navarro, de haber asistido a la inauguración de Teresa Margolles y de haber visionado la cinta de Alfredo Jaar, regreso a Santiago leyendo a Rossana Rossanda, en cuyo libro de 1971, traducido al francés y publicado en Combats, Seuil, habÃa leÃdo por vez primera la distinción entre el Granmsci-de-los-consejos y el Gramsci-del-PrÃncipe-Moderno, en el seno de una represión partidaria que indicaba, en 1971, que esos no eran los problemas que estaban a la orden-del-dÃa.
Las lecturas de ese entonces, de estúpido universitario, atravesaron las periodizaciones y los repliegues del rigor policial permaneciendo en la maleta de siempre, para reaparecer en estos dÃas y conectarse con la letra de la crÃtica pasoliniana del 28 de agosto de 1975.