TEORÍA Y ACONTECIMIENTO.

El trabajo de Teresa Margolles en la 53ª Bienal de Venecia es uno de los acontecimientos teóricos más significativos que he podido enfrentar en este largo último tiempo. Hay otros dos: Navarro y Jaar. De este modo, señalo por anticipado el programa implícito en los textos por venir.

En la edición del diario Perfil de Buenos Aires, del domingo 14 de junio, aparecen tres páginas escritas por Pacho O’Donnell, en las que presenta su último libro, La sociedad de los miedos, ensayo luminoso y provocador en el que traza un perfil de los miedos más arraigados; miedo a la diferencia, a la pérdida del amor, al abandono, a ser violentado por el Estado, etc. Pacho O’Donnell es suficientemente conocido en Chile porque ha sido uno de los entrevistadores en el espacio La belleza del pensar, transmitido por Canal13 Cable.

El libro de O’Donnell se conecta en esta entrega porque ponen en evidencia su utilidad para el propósito que sostengo; a saber,  conectarla con el diagrama del Pabellón de la Urgencia y el Pabellón de México, en Venecia, en el mismo momento que éste último comienza a ser objeto de una gran polémica en la prensa mexicana, poniendo en el tapete la cuestión de la “imagen-país”. Es decir, la pertinencia de que un gobierno financie una empresa de visibilidad internacional que desdice el discurso manifiesto de su máxima autoridad, que blanquea la percepción que pudiera existir acerca de dicho país en la imagen de los inversores en paquetes de turismo. El miedo, en suma, a la representación que puedan tener de “nosotros”. Así las cosas, en el aeropuerto de Buenos Aires, los pasajeros provenientes de México son tratados como potenciales exponentes de un tipo particular de peste negra. De todos modos, esta actitud no resulta sorprendente si se estudia lo que ha sido la historia de los desencuentros entre México y el Cono Sur a lo largo de nuestra historia, digamos, republicana.

El miedo es el objeto de este informe, en la medida que pone en escena la tensión entre la fobia representacional y la obsesión por el control de visibilidad que define las políticas de sobrevivencia de los agentes sistémicos del arte y de la política. Miedo a no ser visto y miedo a ser visto en contra de los intereses de la enunciación encubridora. De este modo, si el presidente Calderón redobla sus esfuerzos para que la diplomacia mexicana redibuje la percepción que se pueda tener de su país, les está pidiendo algo imposible de satisfacer, porque lo que Teresa Margolles le responde de manera implícita, es que la imagen del país no depende de cuan pertinente sea una política comunicacional, sobre todo cuando la realidad compleja impone  los términos de su representabilidad, en proporción inversa a los esfuerzos de su aparato diplomático. ¿De qué otra cosa podríamos hablar, sino de esto mismo? Es decir, de las condiciones de encubrimiento discursivo sobre la autonomía relativa del arte para contradecir los deseos de la clase política.

Una cosa debe quedar clara: la autonomía relativa señala un tipo de complejidad reticular en que las prácticas de arte reconocen el valor de encuadre simbólico e institucional que la propia clase política produce para la existencia de ambas, la práctica política y la práctica de arte, como indicativas de la separación decisiva entre la sociedad política y la sociedad civil. En efecto, ¿de qué otra cosa podríamos hablar?

Ya se ha instalado la idea sobre la pertinencia de que México y Chile, por poner el caso, tengan pabellones autónomos en Venecia. La experiencia de las usuras institucionales da como resultado la formulación de dos hipótesis. México deberá poner orden en sus filas de modo que el envío a la próxima bienal sea moderado, mientras que Chile tendrá que levantar la apuesta y apuntar a presentar un artista que signifique mantener y sobrepasar la exigencia que Iván Navarro significó.

Moderar y des/moderar son dos líneas de trabajo que las cancillerías tendrán que abordar en el curso de los años que se vienen, en términos de imagen-país. Finalmente, estas cuestiones son las que priman a la hora de tipificar el miedo que nos amenaza; principalmente, el miedo a que se desmantele la imagen que se tenga de “nosotros”. Esto es, del arte chileno; para circunscribir más aún el campo, respecto de cuya consistencia, la obra de Iván Navarro ya significa una aceleración exponencial. No podríamos, por ejemplo, pensar en regresar a la política de compensación de artistas ya jubilados.

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