¿AMBICIÓN PROVINCIANA?

En las última tres entregas me he propuesto editorializar la producción y montaje de la Trienal de Chile, en el papel,  que le cabe. De este modo, en los límites del arte; es decir, desde los lindes hacia el interior de Chile como claro-en-el-bosque, lo que se plantea como el motor y justificación de la empresa, ha sido, básicamente, la articulación de tres cuestiones: ARCHIVO, ESCENAS LOCALES y ARTE PÚBLICO.

A nadie le resulta una sorpresa que el objetivo principal de la Trienal de Chile es el trabajo hacia adentro de la escena. Esto ha sido decisivo a la hora de montar el proyecto. Hay bienales que están subordinadas al espectáculo y a la especulación inmobiliaria. Hay bienales que están comandadas por el turismo cultural. Hay bienales que están armadas para garantizar equipos de promoción internacional de artistas. Esta Trienal de Chile no ha sido montada para  satisfacer ninguno de estos propósitos.  Lo cual no impide que otras versiones decidan hacer lo contrario. El caso es que ésta, en particular, siempre fue concebida como un proyecto de desarrollo.

Establecido lo anterior, me ocuparé de analizar algunos aspectos de la carta que Carlos Navarrete envió al director de La Tercera el 6 de mayo pasado, firmando en su doble condición de artista y académico. Resulta complejo, desde ya, reconocer esa doble firma,  puesto que no se sabe si escribe desde su condición de profesor o de su condición de artista. Ya sabemos de sobra que en el enunciado  artista-docente, lo segundo prima sobre lo primero. Se comete el error de intentar validar un discurso en el arte desde la posición de académico. ¡Sabiendo todos lo que significa la garantía de lo académico en Chile, en el campo del arte!  El único amarre que conocemos en este terreno es con el mercado de la enseñanza superior de arte, que poco tiene que ver, ya, con el arte. Siempre he sostenido que se trata simplemente de un espacio laboral legítimo, pero subordinado.

Lo grave del argumento de Carlos Navarrete es que se refiere a una trienal que no existe.  Cito el párrafo, en dos partes.

Vamos a la primera: “Creer que a través de una trienal de arte, como la que se realizará en octubre en nuestro país, la ciudad de Santiago va a lograr insertar el arte chileno o tener una visibilidad ante sus pares de Latinoamérica es una idea torpe, absurda y anclada en ambiciones provincianas, tanto de quienes idearon el proyecto, como de los actores gubernamentales que le han tratado de dar forma”.

En verdad, la trienal no se realiza en octubre. En esa fecha tiene lugar la fase final de su constructividad; es decir, el factor exhibitivo. La trienal está teniendo lugar en este mismo instante, en las negociaciones que ha significado establecer con las comunidades locales de las ciudades en que ha sido comprometida su acción. De tal manera, no es una trienal que se legitime en Santiago. De hecho, en esta ciudad capital solo tendrán lugar algunas exposiciones, justamente, por la capacidad institucional instalada para ello y por el carácter de la oferta museográfica.

Jamás la trienal ha tenido como propósito insertar al arte chileno en la escena internacional; sino, como ya he sostenido en estas entregas, la trienal trabaja para ejercer su dominio en “los límites de adentro” del arte chileno. No podía ser de otra manera, puesto que su objeto es el desarrollo y fortalecimiento de escenas locales.

Probablemente Carlos Navarrete se dejó llevar por declaraciones ministeriales absolutamente desinformadas. Carlos Navarrete sabe que sobre trienales o bienales hay que preguntar a los curadores y a los editores, no a los voceros ministeriales ni a los jefes de gabinete.

En cuanto a la visibilidad latinoamericana, la trienal ya la ha obtenido,  por el solo hecho de tener a Ticio Escobar de curador general y de contar con el equipo curatorial  comprometido, lo que la convierte en una trienal ricamente zonal. ¿Y cuál sería el problema? El desarrollo de las escenas internas depende de  la conectividad con escenas locales regionales en el cono sur. El proyecto es absolutamente claro. ¿Cómo no lo ha sabido leer, Carlos Navarrete, sabiendo de antemano los nombres de quiénes  estamos comprometidos?  La visibilidad que buscamos es la que produce el efecto metodológico concertado para desarrollar las iniciativas en las ciudades. Desde ya,  el Bloque de Archivos recoge, reproduce y amplifica la visibilidad de procedimientos de conocimiento documentario de gran envergadura, que atañe la constructividad del discurso historiográfico del presente.  Entonces, ¿a qué visibilidad se refiere Carlos Navarrete? De seguro,  está manejando otro concepto de visibilidad, que no ha precisado como nosotros lo hacemos.

Tener como propósito la visibilidad de nuestra estrategia de producción de conocimiento no es una torpeza, ni tampoco  una idea absurda. ¿En qué sector del arte latinoamericano se moviliza Carlos Navarrete para poder sostener semejante hipótesis? ¿Es acaso una ambición provinciana trabajar por modificar el estado de cosas existente?

Planteo esta pregunta desde un sustrato relacional, que conecta a un artista con una comunidad de no artistas, que juntos se proponen desarrollar una acción,  en un lugar determinado, durante una unidad de tiempo acordada, con el solo propósito de transformar el estado de las cosas.

Por este “estado de las cosas” se debe entender, simplemente, un momento crítico de la producción subjetiva de las comunidades. Asegurar el desarrollo local no significa satisfacer  ambiciones provincianas.  Por el contrario,  significa sostener iniciativas de producción ciudadana destinadas a romper la lógica del  caudillismo local.  Es el caudillismo local quien mantiene las ambiciones en un estado de provincianismo letal.

Pero aquí hay un terreno en que Carlos Navarrete me acusa personalmente,  aunque no escribe mi nombre, pero sabe que soy una de las personas que ideó este proyecto.  Entonces,  como académico, no  puede  despistar a sus propios estudiantes y colegas.  La trienal en cuya idea matriz colaboré no es la que  describe Carlos Navarrete en su carta al director de La Tercera.

En efecto, he sostenido este proyecto de trienal, justamente, para promover el desarrollo de las escenas locales. Pero al mismo tiempo, soy co-curador –junto a Antonio Arévalo- del envío chileno a la Bienal de Venecia.  A cada formato su propósito. La trienal posee un objetivo de desarrollo interno, mientras la presencia en Venecia o en Sao Paulo,  satisfacen un propósito de visibilidad exterior. ¿Soy acaso un ambicioso provinciano  porque sostengo una “trienal de desarrollo”? ¿Y qué seré si sostengo una iniciativa de inscripción exterior del arte chileno?

Para terminar, Carlos  Navarrete sostiene un segundo párrafo acerca de la Trienal de Chile: “Han mostrado ante nuestra escena la imposibilidad de organizar, dialogar y gestionar un evento que no se improvisa, ni mucho menos se echa a andar sin ningún financiamiento”.

Coincido plenamente con esta observación que apunta a describir la ineptitud del modelo de gestión; por eso mismo, porque no hay modelo de gestión.  Sin embargo, dispara al bulto. Es preciso mencionar que los modelos de gestión son los principales enemigos de los modelos curatoriales.  Eso ya lo he discutido en el último coloquio de la última Bienal de Sao Paulo. Lo que le falta a Carlos Navarrete es realizar análisis objetivos de la situación concreta; o sea, ser un poco “marxista”.  De ese modo entendería que los problemas de financiamiento son siempre problemas políticos. Respecto de la Trienal de Chile, el problema no es de financiamiento, sino de voluntad política… ¡para hacer las cosas como corresponde!

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