La escritura de historia que realizan los recaderos y asesores ministeriales en relación al arte público en Chile, piensan que fue Lagos en su paso por el MOP que inició dicha epopeya. Para información de archivo, valga mencionar que fue Siqueiros, el primero en poner a circular las palabras arte público y mercado civil, en un texto que escribe en 1942, después de haber inaugurado el mural de la Escuela México de Chillán. Pero lo hace a propósito del mural que proyecta para la sede de la Alianza de Intelectuales. Solo es preciso hacer mención que uno de los colaboradores de Siqueiros en el mural de Chillán es Camilo Mori, quien trabajó a mediados de los años sesenta en la promulgación de la ley que en los años noventa le sirvió a los asesores de Lagos para inventar la Comisión Antúnez.
Sirva esta introducción para abordar una de las situaciones más contradictorias y contraproducentes, y no por ello menos patética, en el campo del arte chileno; a saber, la instalación de la llamada Comisión Antúnez. Ha sido un ejemplo tanto de abuso de confianza como de programada petición de delegación polÃtica, que finalmente tuvo como efecto cimentar mediocres carreras en la administración pública, a costa de la promesa de apertura de un mercado civil en que los artistas tuvieron que asumir el discreto rol de un sub-contratistas. Lo grave para los artistas es que jamás quisieron entender su reducción estructural a la lógica del “tratoâ€. Dicho sea de paso, los gremios debÃan estudiar el efecto de este modelo de trato en las relaciones entre arte y Estado.
Desde la partida, el abuso de confianza, por decir lo menos, determinó los tratos. Los nombres de las comisiones suelen esconder más de alguna compensación culposa. En este caso, hay algo más de eso. La ofensa laguista que significó la no atribución del premio nacional de arte a Nemesio Antúnez, que habÃa sido el Ãcono de las fuerzas de la oposición democrática que se habÃan asilado en La Casa Larga, debÃa ser retocada. Las asesorÃas ministeriales tuvieron la curiosa y no menos oportunista iniciativa de proponer el nombre de Nemesio Antúnez, para asignar simbólicamente las tareas referenciales de una comisión, desconociendo la génesis histórica de la propia iniciativa de reconocimiento de un modelo de arte público que ya en los fines de los sesenta estaba fuera de punto. El laguismo resucitó una ley sin articulado, con el objeto de “articular†una deuda institucional mediante la ficción de un “Estado comitente†que abrÃa un espacio inédito para compensar los esfuerzos de amplias capas de artistas en recesión.
El asesorismo laguista del MOP entendió perfectamente que la ley que habÃa perseguido Camilo Mori habÃa sido el producto del esfuerzo de la Asociación de Pintores y Escultores, liderada por él mismo, durante el gobierno de Frei Montalva. Pero en los iniciales gobiernos de la Transacción, lo que menos habÃa que reivindicar era el rol de los comunistas en la construcción de la contemporaneidad cultural chilena, obligando a sus recaderos oficiosos a imaginar formas creativas de exclusión para esta nueva época.
Los gobiernos indiciales de la Transitoriedad democrática vigilada practicaron un consecuente anti-comunismo de baja intensidad en el terreno institucional, pero que sin embargo tuvo efectos reparatorios en el campo simbólico. Gran exclusión polÃtica, directamente proporcional al número de premios nacionales comunistas o de tradición comunista.
La paradoja de los noventa es que los administradores de ciudadanÃa delegada recondicionan los viejos fantasmas de las disputas sesentezcas por el dominio del campo plástico, entre un museo antunecino y una facultad balmesiana. No está de más señalar que Nemesio Antúnez jamás movió un dedo por la aprobación de la ley que promovÃa el “alhajamiento†de edificios públicos y semi-públicos. Antúnez estaba en otra; entre otras, organizando bienales de grabado, que era su manera –legÃtima por lo demás- de concebir el arte público, serialidad del grabado y coleccionismo de batalla mediante.
Sin embargo, en los años noventa, es su nombre lo que le permite al asesorismo laguista producir la confusión consecuente que modificará la percepción del arte público. Lo que deseaba la simuladora oficiosa del MOP era monumentalizar “Ojo con el arte†y cancelar un bono de baja productividad a artistas tratados como obreros en paro. La verdad es que los artistas nunca se dieron cuenta que pavimentaban las carreras medianas de quienes se les ofrecÃan como facilitadores para conectarse con las estructuras del Estado. Aunque esto habla más que nada de la candidez, oportunista por decir lo menos, de los artistas involucrados.
En fin: en términos históricos, lo que Camilo Mori perseguÃa era la apertura de un “nuevo mercado civilâ€, en contraposición implÃcita de la polÃtica que el propio Antúnez sostenÃa, en pro del coleccionismo privado, gracias al apoyo de la sociedad de amigos del arte contemporáneo de ese entonces.
Lo grave de la situación analÃtica en torno a la cuestión del arte público, es que éste solo se debÃa entender en un plano en que la garantÃa proviniera desde el MOP, a través de una perversa concepción de delegación de funciones, que consistÃa en declarar la dimensión de unos esfuerzos internos de legitimación de programas, respecto del que los propios artistas debÃan expresar su gratitud en forma permanente.
La fragilidad del proyecto, siempre amenazada desde el aparato jurÃdico del ministerio, era siempre puesta como un ejemplo de aquello que determinados funcionarios debÃan defender, en provecho de unos artistas que no estarÃan jamás en condiciones de comprender la naturaleza de las transacciones internas que, por lo demás, aseguraban la existencia de la Comisión. La técnica consistÃa en que dichos funcionarios solicitaban una especie de crédito a largo plazo para poder negociar situaciones que eran descritas como de una complejidad tal, que el éxito de negociaciones indescriptibles siempre dependÃa de los graves riesgos que éstos experimentaban en la polÃtica de pasillos del ministerio, como si dependieran del manejo de un cúmulo de informaciones clasificadas y escritas en una lengua que solo ellos podÃan interpretar.
Este ha sido un modelo de comportamiento que excede el momento inicial de la Comisión Antúnez, y que se proyecta como práctica corriente en el asesorismo cultural imperante. Lo propio de un asesor es captar modelos de acción susceptibles de ser desnaturalizados para ser convertidos en proyectos ministerialmente garantizados. La gran fragilidad de las iniciativas iniciales de arte público reside en que para adquirir dicha garantÃa deben ser inicialmente concebidas con el quantum de desnaturalización incorporado. Una iniciativa como una trienal, como iniciativa compleja de arte público, con toda la radicalidad implÃcita de su formulación original, debe ser reducida y reformateada en su intensidad infractora, para poder ser asumida como proyecto de Estado. Es lo propio.