FALTA-DE-ARRIBO

Una de las costumbres de los operadores políticos y culturales del socialismo chileno es la de fotografiarse con personalidades cuya cercanía en el encuadre parece proporcionarles un sentido de pertenencia que delata, sin concesiones, su falta-de-arribo.

Se hace necesario tener presente la serie de conferencias de grandes personalidades en las que el propio Palacio de La Moneda, bajo el “laguismo”, fue convertido en una gran aula, en la que se reproducía el rito de enunciación frente a un público escogido que demostraba “poderse pagar” la presencia del sujeto eminente, arrendado durante tres días para venir a hablarle a él, directamente, ahorrándole tener que pasar por la lectura. En alguna medida, esas ceremonias debían ser homologadas a la palabra del vocero de gobierno. Es decir, el “laguismo” pretendía convertir la palabra de los invitados extranjeros en sus voceros simbólicos al más alto nivel, ante la falla de enunciación de sus funcionarios de más bajo nivel.

Estas son las curiosas situaciones que juntan a grandes estadistas con grandes artistas y escritores. A los estadistas les encanta hacerse ver con esta otra gente; y esta otra gente acepta compartir la foto como parte del contrato implícito que lo habilita como visita. Total, al final todo se olvida. Pero tanto el operador como el estadista  guardan el acontecimiento  para sí, sabiendo que la pose ritual o la cena ceremonial forman parte de su rediseño como hombre público.

En la Vida Social de El Mercurio del domingo 23 de noviembre, una emocionada directora del CCPLM comparece en la pose ritual de la que ya he anticipado su carácter, para sostener una frase que señala el alcance de su falta-de-arribo: “Esta exposición será inolvidable, solo comprable a la de Cézanne a Miró”.

Siempre he sostenido que El Mercurio exhibe su “maldad analítica” al solo referir los dichos inmediatos de ciertos sujetos. Lo peor que puede hacer El Mercurio en nuestra contra, por ejemplo, es tan solo publicar nuestros dichos. El diario, por sí mismo, se concibe como un encuadre que delimita el alcance de las citas que autoriza. No es que homologue a los operadores de Palacio, pero cuando El Mercurio cita textual, realiza una gran operación de enunciación de segundo grado.

Habiendo El Mercurio sostenido en los años sesenta la exposición “De Cézanne a Miró”, no pueden sus editores sino esbozar una pálida y ruborosa sonrisa frente a un propósito semejante. Si siquiera se toman el tiempo y el espacio editorial para poner las cosas en su lugar. Es decir, que la coyuntura de los sesenta es distintiva y que en los años dos mil, la exhibición de una construcción mediática -Diego y Frida- no es, en efecto comparable con el efecto diagramático que “De Cézanne a Miró” tuvo, en un país en que el público de arte no estaba mayoritariamente curtido en el trato directo con obras “originales”. La comparación deja en mal pie a la directora, porque no solo delata su ignorancia histórica sino que confunde diseños curatoriales en extremo diferenciados, sin considerar que entre uno y otro tuvo lugar la construcción mediática de la “fridamanía” de los ochenta-noventa.

Hoy día la situación es drásticamente inversa. Podemos, en efecto, identificar la exposición  “Diego y Frida” como un efecto museal tardío, que se convierte en síntoma de la falta-de-arribo de los operadores vinculados al socialismo chileno que, a juzgar por su euforia, al menos han avanzado en el posicionamiento social. Han dejado de lado las imágenes evocadoras del indigenismo depresivo y las han reemplazado por un mexicanismo que decora el interior doméstico de sus administraciones subjetivas, recuperando esa otra antigua costumbre “progre” chilena, propia de fines de los sesenta, que consiste en recurrir a adornos provenientes de la cultura popular y de las ruinas de la clase obrera. Otro día hablaremos del triángulo “mueble de palo quemado / Quinchamalí / lámpara minera de carburo”, como vector de una cierta sentimentalidad de izquierda pre-Golpe.

En la actualidad, solo podemos inventariar las iniciativas de carácter tardío de los operadores de Palacio, que asumen como  estilo propio su incontinente fascinación por la verosimilitud de goce de quienes son, ya en el ejercicio de sus funciones, incontinentes.

La comparación de esta exposición que reproduce una versión conyugal de la historia como plataforma de arrimo, con “De Cézanne a Miró” solo puede entenderse como una expresión de deseo, en cuanto formula la vigencia del modelo de acumulación mercurial en lo que a cultura se refiere. Lo curioso es que los operadores del socialismo siempre tengan que recurrir a El Mercurio para ser simbólicamente autorizados. A eso le llamo falta-de-arribo. Es aquí que funciona el efecto de segundo grado al que hacía mención en los primeros párrafos.

El presidente Calderón no inaugura nada nuevo al hacerse acompañar por una exposición de esta envergadura. Al menos posee un mito terminal para explotar con eficacia los residuos neo-liberales del nacionalismo mexicano. Pero como sabemos, a los presidentes les encanta trasladarse acompañados de unos artistas. El problema es de los artistas acompañantes; no de los presidentes. Aunque hay artistas que no necesitan siquiera subirse a un avión para adquirir el estatuto de acompañantes permanentes.

En el caso de “Diego y Frida” los dados fueron puestos en la espectacularización de una musealidad de bolsillo, para exhibir “un caso de novela” que trasciende los márgenes de la pintura. ¡Qué duda cabe! Estamos ante los efectos de una gran pasion que logra conmocionar la cursilería de operadores que acceden, al menos, a la gloria de la  pose fotográfica.

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