LA CRÍTICA DE LA POLÍTICA COMO ESCENA EXTORSIVA.

La crítica de arte es la continuación de la crítica política, pero por otros medios. Esta frase metamorfoseada que tanta indignación causa entre la crítica ornamental calza perfectamente con mi propósito analítico. El caso de Schilling como reemplazante de Juan Bustos pone en evidencia la cuestión de la ética, pero sobre todo, la reversión de la impunidad.

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Lo repito: la designación de un promotor de la delación compensada en el lugar de un eminente defensor de los DDHH es ofensivo para su memoria. Schilling masacra la imagen de Juan Bustos, porque busca blanquear su imagen por contigüidad. Pero el asunto va más allá, puesto que hace visible el verdadero conflicto que nos aqueja; a saber, la disolución de la Política en la Inteligencia Policial. Cuando esta última pasa a determinar el carácter de la primera quiere decir que entramos en la fase paranoica de la defensa de los privilegios de la casta de referencia.

Hablar de este tipo de casta partidaria implica abordar el estudio de los procedimientos de consolidación de sub-culturas orgánicas como soporte de estrategias de ascenso social consistente. Es un dato de la causa el que la historia de los partidos esté ligada a la historia de las movilidades sociales. Al parecer, la historia social de Chile señala que las entidades de este carácter terminan todas, una vez cumplida su función de arribo, “radicalizándose”. Eso no quiere decir que se sitúen más a la izquierda en los procesos sociales, sino que terminan adoptando la conducta de los Radicales, como un modelo de acomodo consistente. En este sentido, hemos asistido en los últimos treinta años a la “radicalización” de los grandes partidos que se sostienen en la Concertación; es decir, la democracia cristiana y el socialismo. De plataformas sociales ascendentes, con distintos métodos, se han convertido, necesidad de estabilidad obliga, en organizaciones de gestión de sus logros reparatorios.

El recurso al significante “movimiento popular” resulta ser un comodín lenguajero destinado a extorsionar simbólicamente al adversario. No significa otra cosa que la denominación de una amenaza que opera en el terreno de lo imaginario. El método expresivo de la hipótesis de “clase contra clase” opera solo en el terreno de un léxico sustituto, que designa la dimensión de lo que se ha perdido en el lenguaje. Para eso, las políticas de restitución policial de los discursos apuntan a sellar la grieta que desestabiliza el mito habitable de la gobernabilidad.

La re-leninización implícita de las prácticas de dirección intenta cubrir con un ropaje léxico correspondiente a una época anterior, los objetivos prácticos de los caudillos cuya tarea es encarnar la misión que el tiempo partidario les tienen reservada. En este análisis, la crítica de arte ingresa por la ventana de la crítica del discurso.

Primero, porque se ocupa del análisis de las escenas y su inconsciente teatral.

Segundo, porque trabaja sobre las figuras de fuerza que dibujan los agentes sobre la trama narrativa de las representaciones.

En este marco, el caso de Schilling solo tiene valor de síntoma. En verdad, los polizontes carecen de biografía, porque su narración queda subordinada a los cálculos de la representación partidaria. La biografía se las escribe el partido como un recurso de encubrimiento de la subjetividad y de su sometimiento a la lógica paranoica del cuadro político.

Un cuadro carece de biografía, repito, porque ésta le pertenece al partido. Sin embargo, en la era de la disolución de sus especificidades, el antiguo modelo de sobredeterminación bolchevique es sustituido por la edificabilidad de las bandas. De este modo, un partido es tan solo una federación de bandas, no ya de facciones, ni fracciones con derecho de minoría, en la era del control de las filiaciones mediante el uso extorsivo de la Información.

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