El Mercurio como Política Cultural

La realidad de los medios es dinámica. ¡Que descubrimiento! Los regímenes textuales son un conjunto de acciones de escritura, de pasiones argumentales, de tácticas de demolición nocional y de estrategias conceptuales de avance en un campo de fuerzas, como por ejemplo, el debate sobre políticas culturales públicas, en el marco de la “producción de sentido” que El Mercurio pone en escena.

La ministra Urrutia siempre habló de políticas públicas. El Mercurio desea omitir este pequeño dato y establecer como una evidencia universal la política privada de mecenazgo, como alternativa al mecenazgo directo del Estado. Sin embargo, debe aceptar no sin crispación que sus propios agentes modélicos privados no están a la altura de dicha tarea. Al menos, no en los términos de lo que el propio diario sostiene. Porque en este terreno, dicho sea de paso, hay políticas eficaces que se articulan mediante financiamiento mixto. En el supuesto que el centro del debate sea el asunto del financiamiento. El Mercurio cae demasiado fácilmente en el maniqueísmo analático en este tema.

La ministra Urrutia , en ese sentido, termina sabiendo más de política publica en cultura que El Mercurio. El diario se ha construido la ocasión para dar una lección en el tema y ha respondido con una estrechez de criterio que no puede sino sorprender y decepcionar a quienes siempre esperamos algo más de el. Nos ha dado una lección, pero no de política pública en cultura, sino simplemente de manejo poligráfico de la información.

No cabe duda que la editorial del 20 de junio debe ser leída tomando en consideración las dos cartas al director que ha tenido la iniciativa de publicar. La primera, de Oscar Acuña, responde al pie de foto de las fotografías de ruinas publicadas el domingo 17; la segunda, de Agustín Squella, que describe la operación de manejo a la que me he referido, puntualizando el itinerario de lo que he denominado demolición de imagen de la ministra. Squella señala la secuencia: a) institucionalidad del libro, b) institucionalidad cultural, c) inhabilitación de la persona que preside el ente que ha dado lugar a las institucionalidades referidas. De este modo, desdramatiza la frase alusiva al “saber más de políticas públicas en cultura” y reconstruye un contexto para una debate sobre el tema. Este es el contexto que desestimó considerar la entrevistadora cuya edición textual fue publicada el domingo.

Las dos cartas, localizadas en la página izquierda, en la sección cartas al director, introducen y habilitan el sentido que adquiere el editorial que bajo el título “Política cultural”. En todos estos años, ¿cuántos editoriales han sido producidos en El Mercurio sobre políticas culturales? Lo que se debe rescatar es el hecho que pese a la ofensiva demoledora de la entrevista del domingo, publicada en Artes y Letras y no en Reportajes, este editorial resitía la discusión. Es decir, expone los términos de un debate que recoge una preocupación legítima del sector representado por el periódico. Dicho sea de paso, esta entrevista del domingo puede ser verificada como una intromisión de Reportajes en Artes y Letras, que ha terminado por afectar la imagen de mesura y de propositividad del más-que-suplemento. ¿Cuántas veces ha sido publicada una entrevista de Raquel Correa en Artes y Letras? No llevo la estadística. Sería interesante disponer de ella. La lógica de Reportajes, de la época militar, me atrevo a sostener, no funciona en su traspaso a Artes y Letras. Incluso, en relación a la nueva lógica del propio Reportajes como un-suplemento-de-menos, en los que al menos podemos contar con la analática de Patricio Navia y Carlos Peña. Estoy seguro que estos últimos pueden analizar de modo severo la política cultural del gobierno, sin entrar en descalificaciones de la naturaleza de la que hemos sido testigos. Ellos no entrevistan, analizan textos y reconstruyen escenarios de fuerzas.

Habría que sostener la hipótesis según la cual, el miércoles, la mesura y la sabiduría recuperan el ritmo de la conducción editorial. Aunque se puede sostener que el diario, como unidad, después de hacer la del “paco malo” en la entrevista del domingo, hace la del “paco bueno” con su editorial del miércoles 20 de junio, sin borrar en caso alguno el efecto de demolición, contando con la ayuda de personeros cercanos incluso a la ministra. La carta de Squella marca una distinción de estilo analítico altamente calificado en relación a la banalización y descompromiso de las expresiones de Di Girolamo y Brugnoli publicadas el martes 19.

A lo que asistimos en la editorial del miércoles 20 es a un cambio de giro en la argumentación. Sin embargo, la insolencia del discurso del “paco malo” no tiene reparación. El “paco bueno” reconoce en condicional la probabilidad de que la ministra sea quien posea, “en la práctica, un mejor conocimiento y manejo concreto” de las políticas ya referidas. Es un cambio drástico, si bien las palabras “práctica” y “concreto” apuntan a encajonar a la ministra en un ámbito contrario al de la “teoría” y la “abstracción” que serán puestas por El Mercurio.

Esperábamos una verdadera alternativa, una consecuente plataforma, una consistente lectura de las propias condiciones por él demandadas para satisfacer las exigencias señaladas. Lo que tenemos es simplemente el reconocimiento de una perogrullada. No es El Mercurio quien puede situarse en la primera línea de la exigencia de una reflexión urgente sobre el papel que le corresponde al Estado, más allá del diagnóstico de la situación de las políticas actuales. La sola existencia del ente de cultura acarrea consigo un caudal de crítica que El Mercurio dista mucho de tomar en cuenta, formulando cargos respecto de los cuáles aparecería como dando la pauta en la materia. Llevamos más de diez años de funcionamiento del ente y, por consiguiente, diez años de crítica. Esa crítica ya ha llegado a constituirse en “política”.

No es un gran descubrimiento señalar que la cultura es un área compleja. Tampoco es señal de gran lucidez completar un juicio sobre la vinculación de Cultura con Educación. Son cosas tan distintas, en sus delimitaciones operativas y sus instrumentos, como lo que existe entre Cultura y Arte. Debemos entender que estas frases solo sirven para introducir las condiciones normativas que el diario le exige al gobierno, con el objeto de reorientar un debate en el que el propio diario ha sido mezquino en argumentos propositivos. Ya sabemos: no es al diario al que le compete satisfacer dicha exigencia. Pero resulta curioso que haga advertencias perentorias en un tono que hace pensar que está hablando por otros sujetos. Nos gustaría discutir directamente con estos sujetos, sin intermediaciones. De este modo podríamos avanzar una enormidad, sobre todo en el debate sobre Patrimonio, que es un tema que a El Mercurio le resulta esencial. Todo pareciera indicar que hay sectores en el diario para quienes Cultura es sinónimo de Patrimonio. Ya podemos imaginar en qué perspectiva cuando leemos la frase “que Chile se encamina a convertirse en una sociedad poco culta”. Esto se debe leer probablemente desde la definición paradigmática de lo culto que el mismo diario no tiene el valor de definir de modo abierto, problemático, generador de debate. El Mercurio forma parte del síntoma que se abstiene de describir.

¡Qué pobreza! Era esperable una propuesta y lo que tenemos, finalmente, en la página editorial del 20 de junio es una simple enumeración de condiciones para discutir correctamente el tema. Es decir, El Mercurio se establece como parámetro de la normalidad respecto de la posibilidad de disponer de una política pública para el sector. Lo hace instalándose en el sitial de quien posee la potestad para dictar la pauta de cómo debe ser generada una política de Estado. ¿No es acaso la expresión de una posición de soberbia política extrema? En verdad, en términos gramscianos, tenemos que reconocer que El Mercurio, en los hechos, dicta no pocas políticas de Estado. Es algo que olvidamos a menudo. El Mercurio es un gran organizador colectivo que termina haciendo su trabajo a pesar de las expresiones de malestar con que inició su ofensiva contra la ministra. Es dable pensar que no se hubiese atrevido a formular una plataforma de demolición de imagen si el cargo hubiese estado ocupado por una figura masculina. Digo: es dable pensar. Dejémoslo como un supuesto. Respecto de la propia figura de la presidenta, desde las páginas del diario se arriesgan juicios que no se formularían a un “caballero chileno”.

Habiendo iniciado la ofensiva de demolición de imagen de la ministra, usando magistralmente para ello el recurso iconográfico de la “irreconstructibilidad” de las iglesias del norte, como metáfora de la imposibilidad de consolidar una política de Estado en cultura, El Mercurio termina haciendo advertencias demasiado pobres en relación a la violencia de la ofensiva del domingo. Esperamos de su parte una posición no reactiva, sino de emprendimiento analítico de calidad, que sea vector de su propio concepto de ciudadanía.

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