A propósito de la estupidez discursiva de los años ochenta y de sus dispositivos policiales, se debe mencionar el hecho que toda esa producción ocurrÃa fuera de la universidad. Es decir, no era realizada por profesores. Algunos autores ya habÃan sido exonerados y un gran número de otros autores no tenÃan posibilidades de ingresar a la universidad. De tal modo, toda la producción crÃtica carecÃa de formato académico. Luego vino la transición democrática y algunos exonerados produjeron su regreso a lo universitario, pasando a administrar el legado de quienes durante la dictadura mantuvieron funcionando la estructura. Otros, en cambio, siguieron fuera de la universidad, o bien, mantuvieron con ésta relaciones discontinuas. A lo que voy es al hecho que al regresar o integrarse como docentes emergentes a lo universitario, la producción discursiva devino académica. El arte de los profesores desplazó la estupidez discursiva de los ochenta y le dio una nueva dimensión, proyectándola a todo lo largo de la década de los noventa. Esto dio origen a un nuevo modelo de academismo universitario que ratifica la hipótesis acerca del rol que ha tenido la universidad como dispositivo de retensión del arte contemporáneo.
Se ha sostenido de manera ligera que el cierre de la escuela de arte en 1927 y el envÃo de profesores a estudiar a Europa es una marca de modernidad artÃstica. En términos estrictos se omite el hecho que la decisión tecnocrática del ministro RamÃrez estaba destinada a subordinar las bellas artes a las artes aplicadas, porque su plan contemplaba el aporte del arte al desarrollo económico de la sociedad. De este modo, obligaba a la enseñanza de arte a plegarse a las necesidades de la industria. Sin embargo, los que viajaron dejaron un vacÃo funcionarial que fue rápidamente ocupado por nuevos agentes de arte que permanecieron en el paÃs. Cuando los primeros regresaron, no tuvieron cómo hacer de la escuela de bellas artes una plataforma para-industrial y se tuvieron que conformar con armar una escuela de artes aplicadas, mientras la academia de bellas artes ingresaba en la administración de la glaciación.
Este primer arte de profesores fue desplazado por otro arte de profesores, durante la reforma universitaria de 1965 en adelante. Este fue un arte de profesores que regresaban de viajes de estudio que les permitieron implementar un espacio de información cosmopolita que aceleró la transferencia informativa. Duró muy poco: entre 1965 y 1973.
En el marco anteriormente descrito, los profesores no exonerados de lo universitario ocuparon el espacio que los exonerados les habÃan impedido ocupar. Se recompuso el poder en manos de un contingente que hoy dÃa está experimentando el desplazamiento tardÃo, a manos de los exonerados que regresaron y sus aliados, que dicho sea de paso, atravesaron incólumes por la administración de la dictadura. La producción discursiva que abrió espacios polémicos independientes durante la dictadura, en democracia relocaliza sus haberes y se dedica a sostener las polÃticas mercantiles de las academias en crisis financiera permanente.
Todo lo que he referido no es más que una ficción verosÃmil de lo que pudiera estar ocurriendo en no pocos espacios universitarios. Es tan solo una ficción destinada a reafirmar las lÃneas de continuidad entre la estupidez discursiva de los ochenta y las retóricas que reproducen el relato endogámico de la actual academia universitaria. En verdad, es tan solo una hipótesis que da cuenta de un espacio narrativo complejo.