La Historia de los Estilos

Resulta clave declarar de donde toma uno las palabras que emplea en la producción de los textos. La palabra re/oligarquización, por ejemplo, la he tomado de una entrevista que le leí a Osvaldo Puccio, mucho antes que desempeñara su trabajo de vocería en el gobierno anterior.

Él se refería de manera muy clara a la victoria de Pinochet, sosteniendo que esta había sido la re/oligarquización la sociedad chilena. No podía decirlo mejor de lo que yo lo había hecho, en la crítica de arte. Pero mis conexiones sobre modificaciones de los sistemas de tenencia y propiedad de la tierra con la reconversión de la objetualidad en la escena plástica chilena, hacen exasperar a mucha gente que considera que la historia del arte y de la crítica es tan solo una historia de las formas y de los estilos.

Está bien: la historia de los estilos, en nuestro país, es una historia de la gestión aristocrática del espacio interior. La presidenta Bachelet tiene en su gobierno el principio mismo de su desmontaje, cuando lanza la campaña de “una cama, un niño”, ya que señala su interés de escribir de otra manera la historia de los estilos y de las formas.

Sin embargo, en el propio Estado, hay sectores que apuntan a desmantelar los esfuerzos simbólicos de la propia presidenta. La acción de algunas reparticiones se encamina a llevarle inconcientemente la contraria. Cuando una convención de cultura define como tema articulador El Patrimonio, hace visible su voluntad de respetar un imaginario estatuto de garantías acerca del amarre de la frase “Nunca más”.

El lector pensará que me refiero a la defensa de los DDHH. ¡Pero no! A lo que voy es al “nunca más” que un cierto socialismo pronuncia como rito de paso de agentes que deben asegurar a un Gran Otro, que “nunca más” se van a alzar en su contra, para poner en duda los fundamentos de la propiedad ancestral del Nombre, ligado a la tierra, al curso de los ríos, a las cimas de las montañas.

Indirectamente es un reconocimiento de la falta de haber atentado contra un estilo de vida. De ahí que se explique la manifiesta des-allendización de las memorias partidarias. En definitiva, la amenaza espectral no es Lagos, sino Allende. De modo que en este marco real, “una cama, un niño” impone necesidades de estilo en cuanto a la ocupación del espacio interior se refiere.

Solo se puede afirmar “la cama” cuando se ha perdido la batalla de “la casa”. El frente de lucha se vuelve más estrecho. Es aquí que aparece el “inconciente upeliento” del diseño, para señalar que las clases populares tienen derecho a vivir con estilo. La historia del diseño, en Chile, es también, un síntoma de esa lucha. Por eso, muy pocos, hoy, quieren hablar de INTEC y la famosa cuchara para medir la leche. Es un ejemplo: incluyamos el Yagán (Citroen). (Jorge Lay ha vuelto a plantear esta necesidad política).

No hay que olvidar que El Patrimonio, como problema de hegemonía y como proyecto de resignificación es una invención orgánica de la re/oligarquización de la sociedad chilena, instalada desde el momento mismo en que la Gran Amenaza fue conjurada. Ya he mencionado en otro relato esa historia en que se reúnen parlamentarios de diversas procedencias y terminan comentando lo duro que para algunos de ellos fue el exilio. Hasta que una persona homologo el exilio a la perdida del fundo. ¡Y tenía toda la razón!

Días atrás escuché en radio Agricultura una entrevista a un cultor de cultura huasa. Este se quejaba que el Fondart no sostenía proyectos que la reivindicaran. Hablaba de sus esfuerzos por reconstruir la memoria de quienes habían sido despojados de sus bienes. Coleccionaba estribos. Y se refería a los destrozos que los asentados de la reforma agraria habían provocado en casas patronales, destruyendo el mobiliario e innumerables objetos. ¡Si hasta los bolcheviques habían respetado el museo del Hermitage! Entonces, loas a Cardoen por la recuperación de las tradiciones ancestrales de la zona central, cuna de dicha cultura: coleccionismo de platería mapuche, viticultura, pintura “clásica” chilena. Inversión recompositiva de los nombres sin nobiliaridad.

Y hoy día, funcionarios del Estado vienen a sostener aquel enunciado que los debe hacer aparecer como recuperadores de la memoria, definida por quienes siempre han producido el estilo como extensión de su estirpe. Así no puede haber historia plebeya.

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