La Escena Plástica Penquista y el Polo de Desarrollo del Arte Contemporáneo.

En noviembre del 2003, Simonetta Rossi y Luis Cuello organizaron en Concepción, un seminario de arte contemporáneo. Invitaron a Arturo Duclos, Alicia Villarreal, Gonzalo Díaz y a quien escribe. Estos artistas no sabían que yo era penquista. Me encargué personalmente de llevarlos a ver el Mural de la Farmacia Maluje. Era una manera de fijar la dimensión distanciada de una escena local con una historia autónoma y no por ello menos compleja.

El solo hecho de invitar a semejantes artistas santiaguinos generaba problemas en la localidad de la enseñanza y en la enseñanza de la localidad. Una escuela, en provincia, no es un agente acelerador de transferencia informativa, sino que administra una malla. Ya lo sabemos de manera suficiente: la mayor parte del tiempo está invertido en la administración de malla y en la innovación de recursos para la sobrevivencia universitaria. Una pinacoteca subordinada a las relaciones institucionales, no hace bien ni el trabajo patrimonial, porque desestima la colección, y no aporta a la ciudad de un modo consistente porque sostiene una programación sin rumbo.

¿Qué esperar? A una pinacoteca y a una escuela en esas condiciones no se le puede exigir algo para lo cual no están orgánicamente dispuesta. Tampoco había nada que esperar de las instituciones santiaguinas, reducidas a mantener iniciativas de difusión de mediocre calidad, pensadas más que nada para sostener en la letra un discurso abierto hacia regiones. Ejemplo: las patéticas intervenciones de Galería Gabriela Mistral en provincia, en su intento por adquirir un carácter “nacional”, para justificar su existencia.

¿Qué hacer? ¡Instalar la idea sobre la necesidad de montar un centro de arte en forma! Pero solo instalar la idea. Manifestar un deseo institucional. Había que lanzar la iniciativa pensando en un objetivo maximalista, para luego recoger el tiro y dar a entender que esta escena penquista no iba a disponer de los millones que se requiere para mantener funcionando un centro de arte de manera digna. Esto quiere decir, que se sostuviera en virtud de una política artística y no de su aptitud para convertirse en espacio ferial.

La solución fue rápida, porque el modelo de trabajo fue concebido como una estructura móvil. El objetivo no era, literalmente, armar un centro, sino producir masa crítica local a través de una “clínica de arte contemporáneo” y la realización de un encuentro internacional con invitados extranjeros especiales.

Los invitados debían tener algo en común: ser personas que hubieran desarrollado iniciativas de apertura y construcción de campo, en los lugares que les cupiera intervenir. No debían ser curadores ni artistas a quienes se invita para que muestren las diapositivas de sus montajes, sino sujetos que vinieran a hablar de sus experiencias de construcción de dispositivos de exhibición, donde las muestras fueran la expresión de una política de transferencia.

Teniendo estas cuestiones meridianamente claras, Simonetta Rossi y Luis Cuello formaron el Polo de Desarrollo de arte contemporáneo de la Región del Bío-Bío. Si en Concepción no era posible construir un centro de arte, por lo menos se podía montar operaciones de intervención múltiple, ya sea coloquios internacionales como exposiciones que se tomaran la ciudad, expandiendo la noción de exhibición.

Nada de esto era “original”. Solo les bastó tomar prestadas iniciativas que habían tenido lugar en otras escenas de rasgos similares. Para eso había que estudiar casos específicos y disponer de un mapa de relaciones. De tal modo que al cabo de dos años pudieron, a través del Polo, alcanzar algunas metas: revisar la tradición local, remover la desidia universitaria, proyectar unas obras en interlocución con escenas externas.

Estas tres cuestiones enunciadas han sido fundamentales. La escena de Concepción no podía caer en la trampa de ser legitimada por el circuito santiaguino dominado por el triangulo Mistral-Balmaceda-Galmet. De hecho, más preocupado en resolver su propia mecánica de subsistencia, dicho triangulo no está en medida de “leer” las filigranas locales. Los parámetros de exigencia debían ser otros. Debían contemplar, por ejemplo, la crítica de las reducciones locales en las relaciones “centro-periferia”. No había que pensar en una noción de “periferia” heroicizada, sino en las formas de reproducción de una escena tardo-dependiente. Lo cual obligaba a reconstruir las condiciones del diferimiento para desmontar los ejes de mantención del retraso calculado.

La garantización debía venir desde otro lugar. De partida, había que montar la ficción de la “autoproducción” criteriológica, a partir del enfrentamiento con exigencias externas, en el terreno del análisis y de la capacidad de resolución orgánica. De ahí que ahora, recién, se puede entender por qué el Polo de Desarrollo organizó en el 2004, el Encuentro Internacional, al que invitó a Fernando Cocchiarale (MAM-Rio), Eva Grinstein (Centro Rojas-BsAs) y Fernando Farina (MACRO, Rosario). Y eso había que conectarlo con el encuentro del 2003. De modo que estas iniciativas de aceleración discursiva se combinaran con la clínica de análisis de obra desarrollada entre ambas fechas. Clínicas en las que contamos, durante el 2005, con la presencia de Rafael Cippolini, editor de Revista RAMONA. No debo dejar de mencionar que fue a partir de esta ejemplaridad que se diseñó la edición de Revista OVERLOCK, que ya lleva dos números. El 2005 se concluyó con la presencia del Polo de Desarrollo en el encuentro de iniciativas de autoproducción de artistas organizado por Proyecto TRAMA, en Buenos Aires.

Lo anterior estableció un ritmo y una estrategia de fortalecimiento de escena que permitió enfrentar el 2006, sosteniendo una propuesta de exposición (Entrecruces: Bio-Bio/Paraná), acogida por el MACRO de Rosario. El ensayo general de esta experiencia fue la exposición que reunió a cinco espacios de exhibición, en marzo, en Concepción, que de manera simultánea acogieron la propuesta.

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