Arte y Política: Zegers, Dittborn.

Luis Alarcón, co-director de Galería Metropolitana, al leer “Arte y política: Zegers, Metropolitana, Animal” me envió un mensaje en el que me corregía una afirmación sobre la anticipación de un artista que ya había ocupado el eje Arriba/Abajo.

Se trataba de Máximo Corvalán, antes de que yo hiciera las dos exposiciones SUBLIME / PROMOCIÓN POPULAR. Eso es efectivo, sin embargo no compartimos la misma intención, ni tampoco similar intensidad. Era la época en que Metropolitana necesitaba la legitimación de Animal, aún cuando no la buscara. En cambio, hoy, Animal debe buscar, aunque no quiera, la legitimación de Metropolitana. Este es el indicio del fracaso de una estrategia que debía contemplar una férrea política de inscripción internacional. No hay política interior sin una ficción de salida. Porque esa es la única manera de inventariar a favor suyo un regreso, un retorno de inversiones simbólicas. Entonces, para compensar la retirada, solo cabe exhibir la fortaleza aparente de un bloque de artistas que se dan vuelta en la misma piscina. ¿Y que puede pasar en esa situación? ¡Que se enturbie el agua!

Particular relevancia, en el cierre de la exposición de Zegers ha sido el lugar de la “ceremonia de cierre”. Fue en Metropolitana. Ese gesto confirma lo que he sostenido. Y me permite recordar a los lectores que el único ganador, en la filigrana de los textos proposicionales, ha sido Dittborn. Es decir: Zegers ha ganado en toda la línea. Quienes han puesto en duda su acción de exponerse han olvidado con extrema “mala leche”, porque lo sabían desde un principio, que Zegers siempre pintó. ¿Por qué molestarse ahora que expone en las mejores condiciones de reconocimiento, con el aval de Dittborn? Pero cuando Dittborn lo aval, no hace más que devolver la mano. Zegers ha sido un fiel editor. Debo dar a conocer el hecho de que su responsabilidad editorial, que no comparto en su conjunto, al menos en lo que a mi autoría respecta, cuando en 1988 editó el catálogo de Dittborn para su exposición en el Centro Cultural Miraflores (Lima, Perú), fue Zegers quien se tomó el trabajo de sostener con quien escribe constructivas y duras sesiones de edición del texto que publiqué bajo el título “El fantasma de la sequía”, hoy inencontrable. Pero también debe quedar claro que fue Zegers quien empleó un fragmento de una de sus propias pinturas para diseñar la portada de “Cartografías del deseo”, de Félix Guattari (traducción de Miguel Norambuena).


Es más: Zegers tiene que haber sentido una cierta emoción al organizar el debate de cierre de su exposición en Metropolitana, porque la galería está cerca de San Joaquín, y que por ese camino, a fines de los 70´s, antes de montar su agencia, trabajaba por ese sector, como vendedor de una distribuidora que, si mal no recuerdo, era Dinamics Oil o General Dinamics. Da lo mismo. Dinamics era la palabra que se repetía. Y en esa época, antes de convertirse en un empresario exitoso, Zegers ya pintaba. Solo que pintaba unos cuadros increíblemente hiperrealistas. Al cabo de veinte años, acepta pasar por el “servicio militar” de Dittborn. No es por nada, pero tenía su acumulado. Lo que hizo Dittborn con Zegers fue hacerlo “pasar al acto de pintura”, mediante una estrategia de regulado manchismo. Pero la ideología pictórica de Zegers es totalmente dittborniana. ¿Y eso, qué tendría de reprochable? Zegers, al fin y al cabo, se le escapa. Dittborn es extremadamente celoso. Pero Zegers puede escapársele. ¡¿O Dittborn lo deja para hacerlo deudor?! Es muy probable. Pero no es mi asunto.


Todo reproche posible hacia Zegers sería nada más que social. ¿Por qué él? Como si desde su posición empresarial no pudiera hacer visible una pulsión que lo determina en su malestar cultural. ¡No! ¡No pinta del todo mal! ¿Qué significa esa frase? ¿Qué Zegers, acaso invierte su salida pictórica como operación de prestigio empresarial, instalando la “amenaza de un retiro”? No estaría mal como operación. ¿Le será necesaria? En verdad, siempre ha practicado la pintura; solo que no había sido reconocido como pintor por quienes él desearía contar como sus pares. Su estrategia ha sido limpia y previsible, desde que ensayara sus primeras exhibiciones semi-privadas, editando su propio catálogo, donde pasaba revista a las citas que debían habilitar su conocimiento del retrato. Solo que Dittborn ha hablado, siempre, de “historias del rostro”… y del “rastro”. ¡Que fome! Solo que Zegers anota, como primera medida, esta frase: “Las siete pinturas que componen la muestra Brisa de la mañana aborda lo cotidiano y el rostro como su cara angular, rayando los muros de la vida doméstica, ahogada como una pieza llena de globos”. Y más adelante: “Se ha producido una involución hacia nuestras realidades cotidianas, hacia nuestro rostro difícil de ver reflejado en el espejo, haciendo que nuestras vidas sean vistas y modeladas desde la televisión, como si ya no nos pertenecieran, forzadamente estereotipadas”.


Cansado de habilitar la impresión de miles de rostros en la industria cultural, Zegers descubre el cotidiano, “el “ doméstico. Está muy bien. Solo que lo descubre en el momento de sanción de su propio triunfo, por exceso. ¡Que curioso!”El rostro final de todos”, al decir de Adriana Valdés. Cito a Zegers, al pie de la letra. En todo caso, “citar una cita” de Adriana Valdés es garantía de rigor y seriedad.


Hace veinte años, cuando ésta no escribía de pintura y Zegers pintaba hiperrealista y no era un exitoso empresario; o sea, no era exitoso como pintor, tampoco; en ese mismo momento, ¡pongan atención!, en una agencia (también) en formación llamada “Sur Consultores”, Eugenio Tironi escribía sobre el regreso ….!al cotidiano!. A lo Tironi se refería era a la recomposición de la plataforma discursiva de la izquierda, en la coyuntura de 1980. ¡Era el efecto de un exceso! ¡Pero era un “exceso de derrota” el que conducía a Eugenio Tironi, en un lúcido escrito, a re-descubrir el terreno de “nuestro rostro difícil de ver reflejado en el espejo”! Más valía que no se reflejara por razones de seguridad, dados los tiempos que corrían. A propósito del cotidiano, resulta curioso que sea determinante como síntoma de una conquista identitaria. Tironi, a los diez años, terminó en el gobierno. Está perfecto. Y Zegers, ¿dónde estará en diez años más, como pintor? Esa es una decisión estratégica. Para atravesar la década, primero, hay que descubrir el cotidiano como retaguardia simbólica. También está perfecto.


Hoy es también el exceso, como triunfo de la puesta en edición de la imagen, de la que Zegers es uno de los principales artífices, el que declara la condición de su inversión. Zegers, ahora, viene, con la pintura, a recomponer su identidad, como si tuviera que saldar una deuda, rehaciendo el trabajo manual, en regresión programática respecto del propio ideario dittborniano: “Yo no pinto, imprimo”. Ahora, su ¿discípulo?, cansado de mandar a imprimir, pinta. Y no lo hace nada de mal. ¿Pero qué significa hacerlo nada de mal, hoy, frente a un formato limítrofe en el que simula una ampliación? Solo la simula, porque la carnación que se manda es digna de la mejor receta, en una escena que le tiene fobia a la representación de la carne.


 


Mayo 2004.

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