Patricia Vargas: pintura legal.

Insistencia de la exposición de Patricia Vargas: de cómo se logra convertir una exposición de pintura en una ceremonia de adiós; Es decir, en un rito de término de duelo. La exposición de Patricia Vargas, montada en el segundo piso del MAC,

en paralelo a la muestra Cambio de aceite (primera sección), ponía en escena el síntoma couviano que asola “a la Chile”; es decir, de su enseñanza de pintura. Pero dicho síntoma se lee, al menos, de tres maneras: la primera, en la dependencia; la segunda, en la tibia demarcación de segundo orden; la tercera, en la inversión del guión. Lo que hace Patricia Vargas coresponde a una inversión de Couve. Pero este giro, que no resuelve por si solo el sindrome de la ilusión depresiva, habilita una reversión que remite dicha ilusión a la exhibición de sus propias condiciones de presentación, como posibilidad de exhibición de la ilusión (misma). Y eso, en el léxico “de la Chile”, es (super) moderno.

Que mejor, emplear los supuestos teoréticos de la casa, para señalar el rango de operaciones que Patricia Vargas pone en movimiento. De partida, presentación de la ortopedia de la figuración; es decir, de su desplazamiento al terreno de la medicina legal. De este modo, los esbozos de atriles erguidos se descomponen como vestígios de instrumentos de medición anatomo-patológica.


Tomaré dos obras en consideración, que serán reproducidas al margen. Lo que miden esos instrumentos es la consistencia de la línea del horizonte; pero dicha línea, que en Couve aferra la definición de la separación aristotélica (mundo sub-lunar/mundo supra-lunar), aquí se delata como dispositivo de inversión artificial. Lo curioso Es que en Couve, en su dispositivo literario exhibe el andamiaje de la ilusión de realidad que, sin embargo, disimula en su dispositivo pictórico. ¿Radical en la narrativa, conservador en la pintura? Es algo que (se) queda para probar. De todos modos, en Couve, el paisaje, como noción de academia, remite a la historicidad de un código representacional de cosmetología angélica (Alain Roger, “Nus et paysages, Essai sur la fonction de l´art”, Aubier, 1978; 2000). Jamás pudo, él mismo, soportar la impostación de su propio rousseauismo pictórico. Habrá que preguntarse, entonces, ¿qué significa “natural”, en la estética escolar de Couve? ¡Ah! ¿Qué significa “interior” en la estética protocolar de Patricia Vargas? ¡Oh! Esta exhibe con maestría y húmeda frialdad, la edificabilidad del encierro, de la sala, del cuadro.


No es el cielo quien pasará a reproducir el pulso del brillo, sino el piso encerado y limpio, que denota el recurrente aseo con estropajos embebidos en cloro. El suelo adquiere el brillo (perfección) del mundo supra-lunar. Sobre esa línea (de fuga), en Patricia Vargas, no hay cielo. ¡Y su exposición lleva por título “Cielo raso”!


La critica de arte no es sino un juego de palabras que exhibe sus condiciones de (re)partición como juego; es decir, como esquema de regulación interpretativa. La palabra “raso” en el título apela al “cielo pelado”, como “pelado raso” en el ejército de la figuración.


El suelo está pintado para agregar, a la sanidad retentiva del clorado, la inflación imaginaria de lo “aguado”. Imitar el agua es como imitar un espejo. ¡Ah! esto remite a la función especular, por los suelos, de esta pintura. En el suelo “toman cuerpo” los reflejos caídos. En cambio, el muro de estos recintos está “gravillado”. En ese muro se revela la-opacidad-del-ser. En contraste con el piso, el muro está mal lavado. La línea ya no refiere a un horizonte de paisaje artificial, sino tan solo al guardapolvo que delimita la estancia en una doble dimensión: por un lado, cierra la estancia como lugar de resolución de la ambigüedad espacial que acoge en un mismo recinto un taller de pintura y una sala del servicio médico legal. Patricia Vargas pinta de manera a sobreponer una escuela y una morgue.


El terreno de ajuste de la sobreposición Es la mesa de modelo fiscal, que hace a la vez, de plataforma y de cama: dos bastidores que desconocen la verticalidad que define la posición de los atriles. Las diagonales que aseguran el angulo de la mesa repercute en el armazón de éstos, convirtiéndolos en muletas del “cuadro plástico”. Sobre la plataforma suele instalarse la modelo. Pero aquí, no hay pose. Un cuerpo inanimado no posa; YACE. Lo que Patricia Vargas plantea en esta exposición es el desmoronamiento de una pose, en pintura. Sobre la cama, no hay trazas de “calor humano” alguno. Se termina el duelo cuando la tibieza se ha ido. ¿Qué determina la permanencia de esa tibieza?


Y por otro lado, en ese lugar, habilita la estancia de un cuerpo cubierto por una sábana. No por una mortaja ni por un drapeado triunfante. Por el contrario, se trata de una sabana que cubre el lugar sobre el que se ha detenido una faena. El pintor-legista (se) ha tomado una pausa. Este momento se suspensión, fija la escena, instala su condición memorable, que prepara la representación de un cuerpo inanimado, por sustracción de las marcas visibles de su figurabilidad. Es preciso insistir en este punto: no hay representación de una autopsia, sino autopsia de la propia noción de representación compromnetida en el cuadro. Más aún, cuando la serie ha sido realizada enteramente sobre papel, de modo que el óleo ha dejado una marca de distinción. Esta marca opera como un “pre-passe-partout”, pasando, justamente, a delimitar la pregnancia excedida de los elementos dispuestos durante la pausa. Y no hablaré, por ahora, de los zapatos. Estas marcas, digo, se asemejan a la mordida de la plancha de grabado sobre el papel mojado. Pero esta mordida se delata como una extensión impropia del “matado de tela”, para coger un modo singular de representación de la muerte. De una muerte de pintor, no de la “muerte de la pintura”. De semejante propósito, Patricia Vargas se ha desentendido sistemáticamente, buscando dotar de mayor densidad sus medios de expresión. En efecto, la densidad de sus trabajos anteriores en el dibujo y la objetualidad, adquiere en esta serie el rango de un emblema propio y decisivo. Es la razónde por qué sostengo que posee la pulcritud afectiva y formal de una ceremonia de adiós, de un rito de término de duelo.


 


Mayo 2003.

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