Todo partió de una declaración en el diario, firmada por altos funcionarios de la Division de Cultura del Ministerio de Educación, manifestando su preocupación por las modificaciones que algunos parlamentarios habrÃan introducido al proyecto sobre institucionalidad cultural que el Ejecutivo iba a enviar al Congreso.
Prácticamente fue una inserción en el diario que produjo un intenso malestar en La Moneda. La manifestación de opiniones de unos subalternos de la señora Ministra de Educación, respecto de un proyecto emanado del Ejecutivo, resulta ser un acto de doble propósito: de osadÃa polÃtica como de insolencia formal. Porque cuando la autoridad superior hace oÃdos sordos a los clamores de su comunidad subordinada, a ésta no parece quedarle otra salida que trabajar la hipótesis de la insubordinación jerárquica, al más puro estilo de ejecución funcionaria de la teorÃa del tiranicidio; es decir, aquella por la cual asiste a los súbditos el derecho natural de rebelarse contra el tirano. Del tirano de la cultura, por cierto. Puesto que desde el Ministerio de Educación, y en particular desde la División de Cultura, la actividad de la Comisión Squella, habilitada por el Ejecutivo para preparar el proyecto, fue siempre percibida como un dispositivo conceptualmente tiránico.
Luego vendrÃa la declaración de los artistas e intelectuales cuya redacción apoyaba la primera inserción contra la tiranÃa. DebÃa quedar en claro que las observaciones y propuestas de modificación parlamentaria, provenÃan de los sectores de la propia Concertación, en un sentido que lesionaba los intereses de la creación artÃstica, bajo una excusa de alta rentabilidad electoral en regiones. La hipótesis de la regionalización de fondos consursables conduce simplemente a la regresión reparatoria; le da curso a un rencor que se fundamenta en el sentimiento de exclusión convertido en capital polÃtico. Esta es una expresión de la “sabidurÃa regional”, como se sabe.
Cuando se conoció la noticia de que el proyecto de institucionalidad cultural fue rechazado en la Cámara por falta de quorum, fue posible pensar que algunos diputados se negaron a dar el quorum, como una medida de protesta contra las modificaciones introducidas, que desnaturalizaban el objetivo del proyecto. Era preferible, si se piensa en términos radicales, que no se discutiera el proyecto, a tener que discutir un proyecto desnaturalizado. !Que bien! HabrÃamos tenido que preguntar por el autor de la iniciativa. Aún a riesgo del costo polÃtico que ello significaba. Pero, en fin, al menos la falta de quorum tendrÃa una razón más retorcida que sofisticada.
No habÃa que hilar tan fino. La falta de quorum fue nada más que la expresión de una inconmensurable y decisiva desidia parlamentaria. Desidia que le permitió a la derecha “fundamentar” su rechazo a la “estatización de la cultura”. Tuvo la ocasión, una vez más, de hacer avanzar la tesis del desestimiento estatal en esa área. La desidia parlamentaria de la Concertación le entregó en bandeja los argumentos más eficaces para postergar, conceptual y polÃticamente, la discusión sobre la necesidad de una polÃtica de desarrollo museal para Chile, entre otras (muchas) cosas.
Lo que ha ocurrido es extremadamente grave, porque señala la distancia entre la calidad de la reflexión parlamentaria sobre cuestiones de arte y cultura y la realidad de la producción de arte nacional. Por cierto, la producción de arte, en particular en el terreno de las artes visuales, anticipa la radicalidad de la actual reflexión polÃtica. Existen suficientes obras plásticas en las que se plantea la impostura de la propia producción polÃtica de estos tiempos. De este modo, el “habla” parlamentaria ha sido correctamente enunciada mediante esta “falla presencial”.
Pero esta desidia viene a presentarse como el sÃntoma de la indelicadeza parlamentaria hacia el Ejecutivo. El sector cultural delata su fragilidad institucional, justamente, porque ni siquiera logra convertirse en amenaza simbólica para parlamentarios sin perspectiva larga, como se dice, en esos medios. De esta manera, es una señal interesante del divorcio entre los deseos utópicos del Ejecutivo y la pragmática realista parlamentaria, entrampada en el “dÃa a dÃa” de su defensa estamental.
Esto no ha sido un “condoro” imputable a error polÃtico, sino la extraordinaria ocasión en que el “inconciente parlamentario” habla a través de sus fallas.
Dicho en términos más simples: ha sido su magnÃfico y no menos inquietante LAPSUS SIGNIFICANTE.