La Des-Solidarización Institucional del MAC.

Lo “novedoso” en el “asunto Tunick”, respecto, por ejemplo, del “asunto Bolivar-Dávila”, de hace unos años -en cuanto a efecto espectatorial-, es el ejercicio de poder de los medios en una nueva coyuntura política.

El alcalde Lavín no podía estar en contra de la realización del “evento Tunick”, porque en ello le iba su prestigio internacional como candidato liberal. El intendente Trivelli debía intervenir para homologar la producción de la toma fotográfica con las medidas de prevención para un partido de futbol de alto riesgo. Tanto Lavín como Trivelli buscaban no quedar fuera de la escena de condicionamiento.

Cuando una obra de arte produce este rango de confusión, lo más probable es que deba retraerse, porque algo, en ella, la desmonta, en su propio diagrama. El MAC, a sabiendas, se hace parte de una operación de intoxicación comunicacional, porque desea fortalecer la inscripción de su nombre en los medios. El MAC es, en sentido estricto, el “verdadero” aparato de extensión de la Universidad de Chile.


En todo caso, hay que señalar que la actitud de Lavín ha sido más eficaz y de una astucia a prueba de todo riesgo, si se la compara con la del ministro Figueroa, durante el “asunto Bolivar-Dávila”, en que el gobierno chileno termina pidiendo excusas al gobierno venezolano, por un asunto de… imágenes.


Otra cosa muy diferente es el efecto político territorial del “asunto Tunick”, que ha permitido que la calle, como sinónimo literal de “espacio público”, se haya convertido en un campo de batalla simbólico en torno a un objetivo que desorienta la mirada sobre los problemas reales del arte chileno.


Problema real es, por ejemplo, que la selección de la Bienal sea, desde ya, una “puesta en abismo” santiaguina de la escena paulista y que ésta sea habilitada desde una ruina, el MAC. La fascinación por las ruinas tiene que ver con la validación de una “larga tradición”. La ruina es un significante material que prolonga los vestigios de una “edad clásica”. ¿Cuál es la “edad clásica” que re-inventa Brugnoli? Por cierto, la tradición inmediata de la Facultad de “antes de la guerra”.


Resulta sorprendente que desde el emplazamiento beauxartiano del arquitecto Jecquier se pueda “leer” una ficción inscrita en el emplazamiento modernista del arquitecto Niemeyer, a propósito del “sitio” propio de la bienal paulista. En ello va la mediación de la pérdida de patrimonio que experimenta la Universidad de Chile, en el período de los rectores delegados.


Pocos recuerdan que el sitio actual del MAC era la Escuela de Bellas Artes. Junto a esto, hay que rendirse a la evidencia que el Parque Forestal no es el Parque Ibirapuera. Y que la política de mecenazgo del empresariado brasilero no puede ser comparable con la desconstitución política de un cierto empresariado chileno. En este sentido, es interesante hacer recordar que el MAC, desde inicios de los años 60´s, siempre fue el terreno de operaciones de un cierto empresariado que se jugó la posibilidad de disponer de una política cultural oligarca, hasta los 70´s, cuando entendió que debía reemplazar la política cultural por la conspiración, con los resultados que se sabe.


En el 2002, la gran virtud de la conducción de Francisco Brugnoli ha consistido en proyectar la victimalización institucional y hacer de ella una plataforma de trabajo, que a lo menos permite reflexionar sobre las condiciones de producción orgánica del arte chileno. Para ello ha tenido que poner en evidencia la necesidad de una negociación a la que la Universidad de Chile había sido reacia a abordar; a saber, las relaciones entre programación artística dependiente, dinero y espectacularización. En este sentido, ha tenido que pactar con la espectacularización de su función para tapar el efecto ruinoso de una política de Estado, universitariamente mediada, en lo que a musealidad se refiere. Probablemente es el precio que ha tenido que pagar a efecto de exponer una selección que se caracteriza, finalmente, por su inquietante pulcritud. Sería el costo que todo gestor cultural debe estar dispuesto a pagar, en esta coyuntura.


Pero el MAC tuvo que pagar un precio suplementario, que vendría, por decirlo de algún modo, en el reverso del paquete. Este precio fue la des-solidarización institucional, al tener que recurrir a sectores de “amistades estratégicas” que el Museo Nacional de Bellas Artes había desestimado, otrora, en el curso de una áspera polémica en la que se jugaba la autonomía y privilegio de una política nacional de museos. De este modo, “inconcientemente”, el MAC le permite a sus “amigos museales” que trabajan por la desconstitución de la musealidad chilena, vía privatización salvaje, recomponer su imagen pública y adquirir una visibilidad que desautoriza la posición que el director del MNBA mantuviera en una ocasión más dura. Es como si dijeran, hoy, que el MAC les dio la razón.


 


Julio 2002

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