DE CÓMO UN INTENTO DE MASACRE DE IMAGEN SE CONVIERTE EN SINTOMA DE UNA DISPUTA POR LA HEGEMONÍA DEL ESPACIO CULTURAL INTRAGUBERNAMENTAL.
Justo Pastor Mellado

Cuando una persona asume un cargo público y lo primero que hace es poner en duda -en el límite de la decencia- la labor de su antecesor, o bien, expresa una torpeza enorme, o bien, el costo inicial de su designación pasa por ser recadera de una autoridad superior que no haciendose visible, por vía interpuesta expresa lo que deseaba plantear. Pero ello conduce a pensar que la persona que deja el cargo es suficientemente temida como para que sus propios superiores, en el mismo acto de desentenderse de ella, tengan que avalar un crimen de imagen para poder desmarcarse de su impronta.

La hipótesis de la torpeza, como se dice en los círculos políticos, ni siquiera debe ser abrigada. La torpeza de unos es siempre rentable para otros. Por lo tanto, la torpeza del uno es una forma de expresión del cálculo del otro. Y por cierto, hay que saber prestarse para ello. Lo cual da que pensar sobre la necesidad que manifiesta la persona recién llegada, para contentar desde su inicio a sus nuevos superiores.

¿Por qué tanta manifestación extrema de lealtad? ¿No será más eficiente pensar que en este terreno toda manifestación eufórica de lealtad es la forma encubierta de una amenaza? De ahí que debamos pensar que la persona en el nuevo cargo ha llegado dotada de un poder simbólico que está dispuesta a hacer sentir desde el primer momento. Es lo que ocurre con quienes han adquirido rápidamente poder, pero sobre todo, que carecen de infra propia. En suma, esto ocurre cuando el que llega es un garantizado.

Todo lo anterior ha sido pensado a partir de la lectura de las declaraciones de Claudia Zaldivar, en el diario electrónico "El Mostrador", a propósito de su reciente nombramiento como directora de la Galería Gabriela Mistral.

No haré referencia a la manera doméstica con que aborda su nueva actividad, que ya resulta de una ingenuidad imperdonable. Me ahorraré los detalles para analizar los tres puntos sobre los que Zaldivar sostiene su sorpresiva y sorprendente ofensiva en contra de Luisa Ulibarri, fundadora y exdirectora de la galería. A partir de la manipulación eficaz de medias verdades, logra producir la impresión de que Luisa Ulibarri ha incurrido en malversación de fondos, falta de transparencia y tráfico de influencias. Esto es una joya de la "lealtad intragubernamental".

Cuando la afectada ha sido el brazo derecho de Agustín Squella en la Comisión asesora presidencial de cultura; cuando ésta misma ha trabajado por años en la Dirección de Cultura, bajo la conducción de Claudio di Girolamo, entre otros, y, cuando ha sido recientemente designada en la Dirección de Cultura de la Cancillería, los términos de las descalificaciones de Zaldívar no pueden ser tomados a la ligera.

Si sus dichos no han sido siquiera desmentidos por Di Girolamo o sus asesores directos, ¿ello quiere decir que avalan los tres puntos de la ofensiva? ¿Y cómo queda Squella, a quien lanzan en plena cara una ofensiva en biés, que lo compromete por delegación al haber albergado en su comisión a una persona objeto de semejantes acusaciones?

Si Zaldivar corre el riesgo de asumir la enunciación del descrédito de Luisa Ulibarri es porque puede estar segura de su impunidad. Entonces: ¿ella habla por Di Girolamo? ¿Por Squella? ¿Será posible semejante torpeza? Más bien habría que pensar que el discurso de Zaldivar aparece como un lapsus del discurso de la Dirección de Cultura (MINEDUC), permitiendo leer la ansiedad de esta última dirección respecto de la viabilidad del Proyecto de Squella (Presidencia de la República). O sea, que el lapsus de Zaldivar consiste en concebir que al masacrar la imagen de Luisa Ulibarri, le está haciendo un favor a su sector, cuando en verdad expone los deseos defensivos tendenciales de un grupo de presión determinado.

Es suficientemente conocido el celo de la División de Cultura respecto del lugar que ocuparán sus funciones y funcionariados en el diagrama de Squella. Zaldivar confunde, cuando habla a "El Mostrador", los presupuestos de la División con los presupuestos de la galería. No deja de ser curiosa esta confusión cuando hace mención a los planes regionales ¿de la galería? ¿de la División? como si se tratara de un proyecto concebido bajo la estructura del Proyecto Squella. En síntesis: se comporta con traje de la División pero con aires de Comisión presidencial. Sus colegas de la División, a estas alturas, ya deben estar agradeciendo su candidez, porque ha dejado a descubierto, al menos uno de los tonos de la discusión en torno a un Proyecto de Cultura; a saber, que se trata, probablemente, de un contensioso intraconcertacionista que, finalmente, le hará daño a la necesidad de legislar sobre el tema.

Así y todo, las palabras de Zaldivar sobre su antecesora no son justificadas. El apelar a las dificultades presupuestarias de la galería en el año 2001, sin entrar a detallar que dichas dificultades provienen de decisiones que la propia dirección superior debe hacerse responsable, constituye una figura que raya en la indecencia. Sobre todo cuando no se proporcionan antecedentes precisos. El señalar falta de transparencia en la conducción de la galería, pone en duda la pertinencia de una programación estratégica, al no facilitar la documentación que avale dicha acusación, con las implicancias éticas correspondientes..

El título de la crónica en "El Mostrador" resulta sorprendente: "La misma línea curatorial, pero más transparencia". Sobre todo, conociendo el trabajo de consulta y discusión que Luisa Ulibarri mantenía con artistas y criticos de los más diversos horizontes. Incluyendo los nombres de quienes Zaldivar señala como sus nuevos asesores. Entonces, ¿cómo se explica este intento de masacre de imagen?

¿Apuntará Zaldivar a poner en contradicción a Luisa Ulibarri con su nueva dirección en la Cancillería? ¿Cómo el Gobierno permite que funcionarios menores descalifiquen de esa forma a sus colegas? Es sumamente extraño. No me queda más que remitirme al párrafo inicial de este escrito. Zaldivar no está suficientemente garantizada en lo que a pertinencia curatorial se refiere. ¿O no será nada más que la expresión del malestar de otros, por el cargo de Luisa Ulibarri en la DIRAC? ¿Habrá que pensar más allá y concebir que con su plus de poder familiar, que puede llegar incluso a abrigar sospechas de nepotismo, los dardos están orientados a desbancar al PPD de los cargos en el área de cultura?

Ahora, en cuanto al tráfico de influencias, lo único que se le puede decir a Zaldivar es que la calidad general del bloque de artistas que se armó desde la programación de la galería, es un argumento suficiente para desmontar la falaz sugerencia. Cuando hay discusión y existe la polémica, no hay tráfico. Ha habido discusión; ha habido polémica; existe una línea editorial que lo sostiene.

Zaldivar no levanta una hipótesis programática alternativa, solo tiene iniciativa para masacrar la imagen de quien supone social y simbólicamente carente. Es lamentable que esta situación se le invierta y haga pensar que, justamente, su nueva posición pudiera ser la mejor expresión de los viejos tráficos nuevos de influencia. Su curriculum, por si solo, pareciera no ameritar de manera suficiente el estar ahí, por si sola. Entonces, ¿quién la garantiza? ¿Con qué propósito? Ciertamente, es probable que Luisa Ulibarri no sea el objetivo, sino que estas declaraciones formen parte de una operación de diversión en que lo que se busca es sabotear el Proyecto Squella. Pero ¡de qué manera! Sin estilo, sin propósito político ético, sin proyectos en juego.

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